Un Cuento de Fantasmas

Por Martha Miniño

Claro que la casa estaba llena de fantasmas. Por todos lados había silenciosas sombras y visiones terroríficas de sábanas transparentes que se paseaban alegremente como por su casa. Hasta las apariciones de otros vecindarios habían venido, atraídas por la fama de esta truculenta casa de espectros.

Y la misma no era algo que llamase la atención para ser una vivienda del terror ideal, una humilde construcción de madera de pino, con techo de aguas, macetas de flores en las ventanas, ya que eran de las pocas cosas que los aparecidos respetaban, o tal vez porque la luz del sol les impedía salir; las ventanas de vidrio, constantemente reemplazadas por las grietas, fisuras y boquetes que inexplicablemente sufrían,  una enorme y pesada puerta de madera en el frente, cuyos goznes competían con su chirriar con los ruidos dizque espeluznantes de la casa,  un sobrio manubrio de bronce que abría en el momento menos esperado; un camino de piedrecillas con muchas curvas llegaba hasta el lugar, que se encontraba rodeado por un inmenso pinar, entre el cual resonaba el viento y que alegres difuntos encapuchados o horribles criaturas del otro mundo se regocijaban en aullar, lo que la gente llamaba viento de las brujas.

Pues aquí vivía yo, o más bien, sobrevivía a las constantes diabluras sobrenaturales que estos traviesos amigos invisibles, que se desternillaban de la risa cada vez que experimentaba un sobresalto con sus levitaciones, cerrar y abrir de puertas, dibujos en las paredes, golpes en las paredes o cuando simplemente halaban las sábanas de mi cama o la cola del infeliz gato, que resoplaba y gruñía ferozmente y siempre andaba a la cacería de imaginarios ratones.

Ya se pueden imaginar, mi vida no era nada aburrida y estaba llena de espantos, sustos, sorpresas y pataletas. Ellos se divertían de lo lindo con sus bellaquerías y travesuras del más allá. Poco a poco me acostumbré a ver caballeros andantes sin cabeza montados en caballos también decapitados, sábanas transparentes volando, unas muy claras y limpias, otras, según la época o del humor, raídas y andrajosas, esqueletos completos deambulando por las paredes, o bien sus calaveras conversando alegremente como buenas comadres o haciendo música a modo de marimba con tibias y húmeros, damas silenciosas de la noche o espectros de caras largas y dientes afilados que se transformaban en cualquier cosa o pequeños enanitos que corrían y desaparecían en cualquier rincón, en fin, había visto casi de todo y mi casa era un caos, todo un manicomio de ultratumba.

Las puertas se abrían y cerraban, las ventanas por igual y a veces aparecían rotas sin ninguna explicación; todos mis libros experimentaban mudanzas del librero al suelo, el escritorio, que nunca permanecía organizado, un revuelo de desorden siempre desarreglaba el trabajo del día anterior. La cocina era todo un espectáculo, un concierto de ollas, sartenes, cucharas; la vajilla de loza tuvo que ser guardada y reemplazada por utensilios de plástico que inútilmente los  muy pillos no podían romper o dañar; cada instrumento eléctrico era en un principio un misterio, misterio que se resolvía, ya que estos fantasmas conocían la electricidad, por lo que el horno microondas, la batidora, el cuchillo eléctrico y otros artilugios domésticos eran sus juguetes preferidos y frecuentemente encendían e iniciaban la preparación de imaginarios y nada apetecibles alimentos.

Ni hablar de los instrumentos del jardín, la podadora encendía y cruzaba por todos lados, menos por el césped, y las tijeras siempre iban a parar al jardín. Los maceteros en las ventanas siempre lucían frescos llenos de flores, como si unas manos invisibles les cuidasen y pusieran alimento enriquecido y abono.

Dejé de ver televisión, tal parece ser que uno de ellos no le gustaba el baseball y me cambiaba el canal en la mejor parte del juego, para ver recetas de cocinas y que se yo, para exasperación mía y parece ser, de los otros, ya que se armaba un suceder rápido de canales que no paraba hasta cuando el arbito gritaba safe o llegaba al extra-inning.

Sin embargo, respetaban la música y eso parecía tranquilizarles, por lo que  por lo general no me molestaban, a menos de que alguno de ellos estuviese demasiado aburrido y se contentara con armar ruidos extraños o apagase el aparato.

Parecía que mis amigos eran exclusivamente noctámbulos, ya que durante el día no se escuchaba ningún ruido y sólo al caer la noche iniciaban su concierto de ruidos y divertimento de retozos espectrales, por lo que decidí que era mejor escribir de noche, a pesar deque me movieran el ratón de la computadora o escribieran en el teclado saludando o diciendo cuanta grosería se les ocurriera,  y descansar durante el día, al igual que mis trasnochados espectros, el gato hacía lo mismo.

La gente evitaba verme o al menos, visitarme a la casa, ya que la fama de trasegados de mis invisibles huéspedes ponía los pelos de punta a cualquiera y se había dado a conocer en todos los pueblos de a la redonda y aunque no me negaban el saludo, lo hacían con suspicacia y a veces con un leve arqueamiento de las cejas.

El único que no se quejaba era el reparador de ventanas, puesto que varias veces al año debía de cambiar los vidrios que mis ruidosos habitantes rompían o desfiguraban muy desternillados de la risa.

Con el tiempo llegué a pensar que mis fantasmas sin juicio eran o habían sido alguna vez una tanda de payasos y uno de ellos, al menos, era un cómico, pues era quien siempre hacia las travesuras mas endiabladas e hilarantes, y más que susto me provocaban ataques de risa y los resoplidos y maullidos de mal humor del gato, que no paraba de protestar con las bromas y los cascabeles que aparecían en su collar, sólo me hacían reír y soltar la carcajada.

Así, me acostumbré a mis lunáticos del más allá y mi sanatorio de orates fantasmales parecía crecer cada día y las travesuras también. Durante mucho tiempo vivía plácidamente entre sustos, brincos, risas, carcajadas y tropiezos con mi pandilla de espectros bufones.  Todo cambió un día.

Se acercaba la Navidad, yo sabía que pronto mis alegres loquitos iban a hacer de las suyas con las guirnaldas y el arbolito y que los cascabeles no serían suficientes para fastidiar al gato.

La casa entró en una terrible calma, una quietud y una penumbra que me angustiaron. Parecía estar vacía con un éxodo masivo de fantasmas, espectros, aparecidos, esqueletos y cosas del más allá, que no se veian ni sentían por ninguna parte.

Nada se movía, nada halaba la cola al gato, mi computadora permanecía tranquila sin ninguna palabra que no fuesen las mías. No hubo pinturas en la paredes ni ventanas rotas, dejaron de verse las sabanas flotantes y los objetos permanecieron en su lugar, tampoco hubo risas en medio de la nada, ni huesos y calaveras en el techo, ni murciélagos ni hombres lobo desternillados de la risa, todo era demasiado tranquilo, demasiado tranquilo para mi propia inquietud, habituado a esta cofradía de chistosas e indomables ánimas sin oficio más que el de espantar y molestar. Hasta el gato se sentía curioso con tanta quietud.

Pero la casa no estaba vacía, no se encontraba sola, había algo y yo no lo sabía.

Pues un buen día, una semana a los sumo, se manifestó. Un alboroto de ollas y sartenes, lámparas balanceándose, mientras las  luces  encendían y apagaban junto a retumbar de las paredes me hicieron creer que mis inquilinos de ultratumba habían retornado de sus vacaciones.

Por primera vez se me erizaron los pelos de punta y un fuerte frío me caló hasta el tuétano acompañado de una sensación de malestar que desconocía con mis antiguos huéspedes.

Como una enorme sombra, algo oscuro me arropó y se hizo dueño de la vivienda. Don gato salió erizado y no volvió, al parecer la correrías de ratones fuera del hogar eran  más atractivas  que esta nueva presencia.

Pues si,  tenía un nuevo habitante, sólo que desconocía quién era y cuáles eran sus intenciones y al parecer, había desterrado a los chiflados y se había adueñado del lugar. Había que conocer qué intentaba hacer y cuáles eran sus planes fantasmagóricos.

Pronto me lo hizo saber. Todo lo que viví en un pasado con mis antiguos camaradas espectrales fue un juego de niños, una parodia, si podemos llamarle así de pequeños y asustadizos fantasmas deseosos de hacerse notar. Esta presencia era un terrible y desalmado espectro decidido a espantarme y hacerme morir del susto y disfrutaba con ello, con lo que no contó fue que ya estaba entrenado y a pesar del miedo que me podía inspirar, le hacía ver que le prestaba poca atención y a no temerle.

No se contentó con halarme las sábanas, las escondía o aparecían rotas, hechas jirones: ventanas rotas, bombillos que estallaban y un constante escándalo en la cocina, apariciones de cabezas volantes, sangre en las paredes y la escalera acompañados de pesadillas no fueron lo suficiente, lo más curioso es que no atentó contra mi vida, tal vez porque sabía que me convertiría también en fantasma y sería su peor enemigo y no uniría fuerzas con él.

A la larga supe que mi espeluznante compañero era ella, o al menos así lo parecía, ya que nunca los maceteros dejaron de estar bien cuidados y llenos de flores, o al menos había sido jardinero en vida, pero más cosas apuntaron hacia su lado femenino, y es que tiraba las cosas de manera histérica y a veces se escuchaba un débil llanto, mientras una cabeza de larga cabellera caminaba con una túnica transparente que se colaba entre los retazos de la luz de la luna; detestaba la televisión, pero al igual que los otros, se aquietaba con la música y parecía saborear el "Claro de luna" de Beethoven, pero su ira se tornaba inmensa cando molesto de sus andanzas y actos me quejaba o me burlaba con términos hirientes de fantasma anémico y enfermizo y que había sido expulsado de la escuela de espectros por mal estudiante, entonces era cuando un frío gélido invadía la habitación y sucedían los más diversos fenómenos hasta no quedar una bombilla a salvo.

Pero también me acostumbré a esta presencia y aprendí a no molestarle y dejarle con sus periódicos ataques de histeria femenina, pues al parecer y eso sucedía, se había apoderado de la casa, su contenido, mi persona y despachado a cualquier aparición u otra vibración de fuera de este mundo para ella sola, en otras palabras tenía un fantasma egoísta.

De este modo transcurrió un buen tiempo, pero no me habituaba a esta única compañía,  no me quejaba, al menos no me rompían los vidrios de las ventanas y eso me aseguraba un gasto menos, lo malo fue que el gato no retornó, no quiso volver y lo veía  en el jardín, cada vez que trataba de atraparle salía corriendo y sólo una vez pude llevarle a la casa  y salió disparado como si le estuviesen dando de escobazos. Me sentía solo y abandonado, ya me fastidiaba tanto Beethoven, el aparato se encendía solo y podía tocar la melodía una y otra vez para mi desespero.

Luego me enteré de un nuevo hogar de fantasmas, al parecer la troupé espectral había anidado en una vieja granja abandonada y allí hacían de las suyas cuando podían, ya que eran pocos los mortales que acertaban a pasar por allí, de modo que se morían, así supuse yo, de puro aburrimiento al no asustar a nadie e imagino que sus bellaquerías no fueron bien vistas por los difuntos habitantes del cementerio.

Tenia que idear un plan, lo suponen descabellado?  Pues si, descabellado, pues a nadie se le ocurre buscar fantasmas que le asusten y lo maten de un espanto para mudarlos en su casa, nadie diría yo, claro, menos yo, ademas, quería a mi gato de vuelta.

Decidí tomar vacaciones, irme y retornar y encontrar la casa vacía sin ningún elemento del más allá. Armé mis maletas y no sin mucho esfuerzo, pues manos invisibles se dieron a la tarea de abrirlas varias veces y desparramar la ropa por todos lados, marché a la costa. Cuando retorné,  aquello era un caos, parecía que el polvo de cien años y todas las arañas habían anidado y hecho una convención, sus telarañas lo invadían todo; me costó una semana limpiar y dejar ordenado el lugar, ella se reía sola sin dejármelo saber y me movía las cosas para desesperarme, sólo los maceteros seguían intactos llenos de flores.

Cambié la música, invariablemente se detenía y surgía el ‘Claro de luna", los partidos de pelota  le molestaban, aparecían en la pantalla escenas de cocina o programas religiosos, los maceteros seguían llenos de flores.

Me concentré en arrancar cuanta flor o todo lo que significase femenino, lo cierto es que ya estaba harto de esta suegra espectral, que se comportaba como buena suegra  impertinente y no me dejaba la vida tranquila y cada día añoraba más a mis majaderos amigos, me sentía desesperado, por lo que decidí abandonar la casa, aunque sólo por una tarde, debía de caminar, salir y correr en búsqueda de aire puro, ideas brillantes y de cómo espantar a un espanto.

Y así, caminando y caminando, llegué al cementerio, un bonito lugar  cuyos espectros se encuentran en paz, al menos aquí no le molestan a uno. Me senté en una vieja y olvidada tumba, el aire se corría entre las cruces, estatuas y las flores que les cubrían, todas bien arregladas y con un detalle de algún ser querido,  pues mira que era curioso, todas estaban bien cuidadas y limpias de maleza, todas menos donde me encontraba sentado, polvo, malas hierbas y moho por doquier, apenas se podía leer el nombre, ¿;Elvira ? Y cuál sería su apellido? Las letras lucían muy borrosas y apenas se distinguía una fecha, 1934.

Horror ¡ Cuánto tiempo, pero más que curiosidad por los años, quise saber  por qué su tumba estaba olvidada y descuidada.

En el pueblo hice algunas indagaciones, pero nada me condujo a nada, alguien me dijo que consultara con el cura párroco de otro pueblo. Llegué a la casa y curioso, ese día sólo se movieron algunas cacerolas y no sentí el frío del Hades. Esa noche dormí sin sobresaltos.

Me encaminé al pueblo mencionado y busqué al sacerdote, inútil,  había muerto, pero su sucesor me contó una curiosa historia que éste le había relatado, se trataba de una mujer que vivió sola toda su vida, no se relacionaba con nadie y cuyo carácter amargado le trajo la desidia de los demás, sólo se contentaba con tocar el piano y según decían, una vez fue una famosa concertista que se había retirado al ver finalizada su carrera por la artritis o una discusión con su agente, quien sabe, sería por casualidad una fanática intérprete de las sonatas de Beethoven, pregunté, pero él lo desconocía; también agregó, mantenía un hermoso jardín cultivado con muchas flores. Al morir nadie asistió a su funeral, nadie nunca le llevó flores y su nombre quedó olvidado, bien ni tan olvidado, la Elvira se hacía sentir muy bien en mi casa y sus dotes de diva me tenían exasperado.

Bien, ya sabía quien era mi molestoso intruso, había que planificar su destierro al plano de los difuntos desesperados. Me devané los sesos pensando en cómo podía hacer salir a aquella frustrada diva que venía a romper con mi rutina.

Me metí en el periódico local y abrí los viejos volúmenes de microfilmes, allí me enteré de su apellido, Gálvez, busqué, busqué, nada espectacular, se había graduado con buenas notas del conservatorio y asistido a una academia en el extranjero, donde se había hecho famosa, muchas giras y conciertos, le gustaba de interpretar las sonatas de Beethoven, en particular "Claro de luna", suspiré, suerte que no tenía piano en la casa, menudo lío además de todo el desorden; seguí leyendo,  se retiró  temprano y cortó una promisoria carrera debido a una rara enfermedad que le consumió hasta los huesos; seguí repasando y sólo encontré  una escueta nota mortuoria que informaba de su muerte, no familiares.

Me conmovió ver su fotografía, una mujer de bonitas facciones y un talento hecho añicos por la enfermedad.

Tras muchos días de revuelos, alborotos y más "Claros de Luna" marché armado de muchos cachivaches al cementerio. Limpié y libré de malezas su tumba, al no poder arreglar su lápida, pagué al sepulturero local para que le confeccionara una en loza de mármol con su nombre y la inscripción de pianista. Tras lo cual coloqué unos hermosos  lirios blancos e hice sonar en el tocadiscos  portátil que llevaba las notas de "Claro de Luna", que  inundaron el camposanto, una sensación de enorme  quietud se apoderó de la atmósfera y una frágil brisa se coló entre los arbustos y las lozas, el sol iniciaba su descenso.

Esa tarde llegué contento con la idea de que había hecho algo que podía compensar el olvido de esta artista. Curioso, pero al entrar a la casa sentí una inmensa calma, nada se movía y todo se encontraba en orden, por respeto decidí no ver el partido de baseball esa noche y mantener ese orden de tranquilidad.

Que bien, todo se mantuvo así por varios días, mientras, la floristería local enviaba flores frescas a Elvira, regularmente pagaba a un jardinero para mantener limpia su tumba. Imagino que ella agradecida pudo marchar al cementerio y así, descansar en paz.

Pues era paz que sentía en la casa, de modo que pude convencer a don gato de retornar, tras mimos, ruegos y rica comida de atún, pude sentir su ronroneo en mucho tiempo mientras escribía en la computadora.

Pero la calma duró poco, una noche, mientras veía un partido de basquetball, la televisión inició una serie de cambios sucesivos, las ventanas abrieron y cerraron, los muebles se movieron y algunos objetos empezaron a levitar,  el gato pegó un brinco  gruñendo e inició una cacería de invisibles ratones, me lo imaginé y lo confirmé, sábanas volantes, cabezas sin cuerpos, hombres lobos, risas y aullidos, concierto en la cocina y agitación de las cortinas.

Mis locos de ultratumba habían vuelto.

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Mesa de redacción de Piel Latinoamericana. Donde recibimos casos, aportes e información de interés para la comunidad latinoamericana dermatólogica

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