La Responsabilidad de los Dermatólogos

Los invitamos a ver el nuevo formato de la revista Bitacora medica fundada por el DR. Francisco Kerdel Vegas en donde podrán leer  “Una entrevista a propósito del libro “Paradojas Médicas”

El profesor Francisco Kerdel fue destacado como profesorio honorario de la 50 Reunión Anual de la Sociedad Venezolana de Dermatología Eurobuilding,
El dia Jueves 23 de octubre de 2014, dicto la conferencia “ La responsabilidad de los dermnatologos”. La reproducimos aquí
Editores Piel latinoamericana

A mis 86 años, en pleno invierno de mi periplo vital, me siento muy honrado con vuestra gentil invitación a presidir este evento y a pronunciar estas palabras. Siempre he tenido un gran respeto, no exento de admiración, por la experiencia de quienes habiendo vivido más tiempo, la han podido acumular y están dispuestos a compartirla con la llamada «generación de relevo». Por eso cuando nuestra presidenta, Dra. Nahir Loyo, me escribió invitándome a esta reunión, no podía negarme, pues intuí en ello el deseo colectivo de obtener algunos consejos de un colega con muchos años a cuestas.

Cómo olvidar esas imágenes cuyo primer contacto me han impactado tanto como para imponer un compromiso por vida en mi conducta y objetivos.

Viene de inmediato a mi mente mi primera visita, como estudiante del sexto año de medicina, al Leprocomio de Cabo Blanco, para examinar pacientes con lepra guiado de la mano por el maestro Jacinto Convit. Observar en vivo las pavorosas deformidades, amputaciones e incapacidades ocasionadas por una enfermedad en ese entones incurable que acarreaba estigmas de todo tipo desde tiempos inmemoriales. Recordando entonces como ahora el heroismo, altruismo y devoción de los médicos que los atendían y detalles pertinentes, como por ejemplo, los muchos años en que mi tío materno doctor Martín Vegas iba diariamente a Maiquetía, manejando su automóvil por la vieja carretera de La Guaira, para atender a esos pacientes, víctimas del más cruel y absoluto ostracismo social y de un futuro sin esperanzas.

Los evidentes logros de la dermatología a partir de la segunda mitad del siglo XX, me tocó vivirlos muy de cerca, desde el mismo momento en que me inicié en el estudio de la especialidad el año 1951. Recuerdo muy bien el olor ácido penetrante e inconfundible en las salas de dermatología del Massachusetts General Hospital de Boston, repletas de enfermos con pénfigo vulgar, con sus enormes ampollas y áreas denudadas de piel que emitían tan característico hedor, ya que allí se ensayaba en aquellos días, con evidente éxito, el tratamiento de esa enfermedad hasta ese momento incurable, con ACTH intravenoso, y esta noticia ya difundida atraía pacientes de los más recónditos lugares del país y del mundo, ya que era la única esperanza frente a una enfermedad de muy temida mortalidad.

Cómo olvidar los estragos que hacía la sífilis a nivel mundial y las enormes colas que hacían los pacientes en la consulta externa de lo que llamaban eufemísticamente en el famoso hospital, «South Clinic», para evitar la connotación sexual de la enfermedad, y lo que significó la penicilina para controlar, a los actuales mínimos niveles, ese otro gran flagelo de la humanidad, tratamiento que igualmente haría casi desaparecer las otras dos treponematosis tropicales, la buba y el carate o pinta.

Cómo olvidar el pánico que causaba, con muy buenas razones, el diagnóstico de melanoma maligno y cómo pocos años más tarde hemos visto disminuir gradualmente esa mortalidad casi absoluta a cifras cada vez menores, con el simple expediente del diagnóstico y tratamiento precoz en un público cada día más educado al respecto.

Cómo olvidar aquellas caras famélicas de los habitantes de las míseras aldeas del norte de Zaire que sufrían universal y simultáneamente de paludismo y oncocercosis y en proporción importante de lepra.

Cómo olvidar la cola de pacientes de kilómetros de longitud para acceder a la leprosería, financiada y manejada por los noruegos (en honor a su compatriota Amauer Hansen) en las afueras de Adis Abeba, con el solo fin de estar seguros de que la enfermedad de la piel de la cual sufrían no era lepra. Al fin y al cabo el hallazgo de la temida enfermedad era mínimo entre el gran volumen de los que consultaban y que tan pronto se confirmaba que no tenían lepra eran despachados sin ningún tratamiento para sus dolencias cutáneas y sin más tiempo que perder, y sin embargo constatar las sonrisas en sus rostros y su inmensa gratitud al saber que estaban libres del terrible flagelo y de sus horribles consecuencias.

Cómo olvidar las pústulas de pacientes con viruela, los últimos con la temible enfermedad, felizmente erradicada, en aquella memorable e impactante visita a Etiopía.

Todo ello y mucho más, que sería imposible identificar en unos breves minutos, ha cambiado radicalmente en pocos años, enfermedades consideradas incurables se curan, otras se controlan y otras se previenen. Todo ello ha ocurrido durante el curso de mi periplo biológico y debe ser motivo de continuo regocijo y orgullo para nuestra comunidad dermatológica, que ha ido resolviendo estos graves problemas con determinación y coherencia.

Pero hay algo que quiero recordar ahora que refleja muy claramente la voluntad altruista, solidaria y coherente de la dermatología a nivel mundial; me estoy refiriendo al Centro de Dermatología en Moshi, Tanzania, que fue establecido por la Fundación Internacional de Dermatología, y viene formando técnicos para los países del África oriental y central desde el año 1987, contribuyendo significativamente a resolver los problemas de enfermedades de la piel, sobre todo en los niños, en extensas áreas de esa región geográfica tan necesitada de esos auxilios.

Voy a aprovechar estos minutos que me ha asignado el programa para referirme a algunos aspectos de nuestra responsabilidad para que la especialidad que hemos escogido, la dermatología, siga teniendo la alta estima de que goza actualmente en nuestra sociedad y a nivel mundial.

Apartando lo obvio que es la consagración del médico tratante a su paciente y todo lo mucho y complejo que ello implica, pienso que la dermatología en nuestro medio ha cambiado profundamente en los 63 años que llevo como médico. Tenía la Dermatología, cuando yo era estudiante de medicina, la fama de ser una compleja y enrevesada especialidad de la medicina con un número impresionante de diversas enfermedades (alguien que se ocupó en contarlas afirmó que eran 3000) con una enredada nomenclatura, mezcla un tanto desordenada de vocablos latinos y griegos, difícil de memorizar, la mayor parte de ellas enfermedades crónicas de laborioso tratamiento y curación, pero de baja mortalidad y casi carente de emergencias. Dadas estas características, no faltaba algún observador cínico que pensase, con un grano de razón, que era el nicho perfecto para el médico cómodo, que al tener a su cuidado enfermos crónicos incurables, podía asegurarse una clientela vitalicia, sin emergencias nocturnas o de fines de semana.

Tuvimos la inmensa suerte de que hombres notables como Martín Vegas, Pablo Guerra, José Sánchez Covisa y Jacinto Convit -para nombrar tan solo a quienes dirigieron durante años un esfuerzo sostenido y altruísta-, con el apoyo de muchos otros colegas que formaron sus equipos de trabajo, trabajando duro durante años en nuestro medio para darle una base científica y por lo tanto comprobadamente efectiva a nuestra especialidad, y que lograron con mucho esfuerzo, talento y coherencia alcanzar el alto nivel que hoy en día tiene en nuestro país la dermatología, con su máximo exponente institucional representado por el Instituto de Biomedicina.

Ese importante legado de nuestros predecesores es una considerable herencia que tenemos la responsabilidad no solo de preservar sino de incrementar, pues se trata de una imagen perecedera que se adapta continuamente a la conducta, comportamiento y logros de los dirigentes de la especialidad, de la misma manera como percibimos que nuestra población observa e imita el comportamiento de sus gobernantes.

Para que ese liderazgo sea efectivo y pueda cumplir a cabalidad la ingente tarea ya mencionada la mejor estrategia a seguir es intentar escoger los mejores estudiantes de medicina para formarlos como dermatólogos y en ese nivel tenemos una ingerencia e influencia determinante. Pero hay un paso previo, tal vez hasta más importante, en el cual nuestra contribución se diluye, y es la de atraer a los estudios médicos a los mejores estudiantes de bachillerato. Por lo que leo y me entero, parece ser que todavía la medicina es capaz de atraer a los mejores, pero es menester estar atentos a cualquier cambio e introducir las reformas necesarias cada vez que sea aconsejable para mantener esa situación hasta ahora favorable, algo que no podemos tomar por seguro y garantizado, como he comentado en extenso en mi libro PARADOJAS MÉDICAS, próximo a distribuirse en las librerías del país.

Mi mensaje es muy conciso: En la medida que sigamos captando los mejores hombres y mujeres -los más capaces e inteligentes, los mejores estudiantes de sus respectivas promociones- para la especialidad, la dermatología seguirá desarrollándose en la forma positiva como lo ha hecho en estos últimas siete décadas que ya cumple nuestra Sociedad.

Se dice que los viejos somos buenos narrando anécdotas y quiero recordar dos de ellas para hacer énfasis en el valor de la experiencia y en la importancia de construir sobre lo que ya conocemos. La primera se atribuye a uno de los más grandes científicos de todos los tiempos, sir Isaac Newton, a quien en vida se le reconocieron talento y méritos inigualables, y ya hombre maduro, universalmente famoso, alguien le preguntó cómo había logrado tales contribuciones y descubrimientos, a lo cual no vaciló en responder: «Sí ví más lejos que otros, fue porque me encaramé en los hombros de los gigantes que me precedieron».

La segunda anécdota, local y poco conocida, se refiere al fundador de esta Sociedad, Dr. Martín Vegas y tuvo lugar alrededor del año 1939, hacia el final de la guerra civil española y el inicio de la II Guerra Mundial. Un buen día estando pasando su consulta privada en la Policlínica Caracas, en el viejo casco de la ciudad entre las esquinas de Velázquez y Santa Rosalía, una paciente que en ese momento examinaba le comentó casualmente si estaba enterado de que el profesor español José Sánchez Covisa -quien era el Catedrático de Dermatología de la Universidad de Madrid, hasta su exilio por razones políticas-, había llegado a Caracas y estaba alojado con su familia en una humilde pensión a pocas cuadras de distancia de donde se encontraban. Al enterarse de ello el Dr. Vegas llamó a su enfermera le dijo que informara a los numerosos pacientes que esperaban por su turno, que debía ausentarse de la consulta por unos minutos, ya que había surgido una emergencia que requería su atención inmediata. Cambió la bata por su saco, y se trasladó a pié a la mencionada pensión donde le informaron que el Dr. Sánchez Covisa efectivamente se encontraba allí, y que rara vez salía de su habitación, tal era el estado de su depresión. Al salir a atender a su visitante, el Dr. Vegas lo abrazó y le dijo, «a partir de mañana usted será mi Asistente en la División de Venereología del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y mi socio en la consulta privada», estableciendo así una fructífera relación de trabajo y amistad que duró hasta el fin de la vida del gran dermatólogo español.

Tenemos por lo tanto los dermatólogos venezolanos una hermosa y valiosa tradición de la cual podemos sentirnos legítimamente orgullosos, sin olvidar que estas herencias no nos pertenecen indefinidamente si no sabemos defenderlas y enriquecerlas continuamente. Cuando tuve responsabilidades en el asunto siempre fue motivo de mi especial atención y preocupación despertar vivo interés por la dermatología entre los más destacados estudiantes de medicina de cada promoción y me siento realizado y feliz de observar que ustedes han escogido al Dr. Mauricio Goihman como conferencista principal de este evento, ya que lo considero no solo un gran dermatólogo sino también como uno de los más destacados discípulos primero y luego maestro de la escuela dermatológica del Hospital Vargas de Caracas.

No abrigo dudas de que la dermatología venezolana, dirigida como está por gente muy preparada, dedicada y entusiasta, está viviendo su mejor momento, aún en años muy difíciles para nuestra medicina, y es por ello que me siento optimista, porque me percato que ustedes, sobre cuyos hombros recae actualmente esa responsabilidad no se dejan amilanar por circunstancias temporalmente desfavorables y siguen luchando con el mismo fervor de quienes nos precedieron.

Acerca de Francisco Kerdel Vegas

Médico dermatólogo. Embajador y académico recibió Premio Martín Vegas de la Sociedad Venezolana de Dermatología. Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas y Matemáticas de Venezuela (Sillón XIII, 1971). Doctor en Ciencias Médicas de la UCV. Vicerrector Académico (fundador) de la Universidad Simón Bolívar. Fue elegido directamente Individuo de Número de la Academia Nacional de Medicina Sillón XXIV en 1967, incorporado por su trabajo "Autorradiografía en Dermatología".

2 comentarios

  1. Luz Marina Aular Machado

    Hermosas y sensibles sus palabras maestro. Gracias por hacernos eco de su optimismo y recordarnos que es nuestra responsabilidad seguir trabajando por nuestra especialidad.
    Dios le de muchos años de vida y salud.
    Luz Marina Aular Machad

  2. Gracias por recordarnos a todos y todas lo que tenemos que hacer. No se podia esperar menos de un Maestro como Usted. Gracias por compartir su segunda anécdota, retrato ideal de un gran hombre, dermatólogo y Maaestro. Con colegas como Usted se enorgullece uno de ser dermatólogo.

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