Más allá de la clínica…

Erasístrato descubre la enfermedad de Antíoco ante Estratonice y Seleuco. Oleo sobre lienzo 220 X 164 cm
Erasístrato descubre la enfermedad de Antíoco ante Estratonice y Seleuco. Oleo sobre lienzo 220 X 164 cm

Más allá de la capacidad científica del médico, subyace en él una especial y, casi diríamos, natural facultad para inducir la sanación en el paciente.

Podríamos, incluso, estar hablando de cierto poder benefactor que el médico— a través de su formación integral, pero en especial del aproximarse a la esfera subjetiva del sujeto y su patología— logra constituir en instrumento terapéutico.

Ahora bien, esta singular aptitud que en ocasiones se manifiesta y materializa con la simple presencia de éste frente al paciente, nace con los inicios de la práctica médica durante las fases mágicas de la medicina.

Recordemos el vínculo que en los comienzos de esta ciencia existió entre la práctica médica, lo sobrenatural y religioso. En efecto, la medicina constituyó un sacerdocio, de hecho permaneció durante la etapa prehipocrática en manos de oficiantes y sacerdotes del mundo arcaico.

Quienes ejercían la medicina en la antigua Grecia, estaban ungidos del poder divino de Asklepios —-Dios de la medicina griega—. De modo que la medicina antigua recorría un trayecto que iba desde lo sobrenatural, mágico y religioso a la práctica propiamente dicha.
Estos sacerdotes sanadores o mejor aún, sanadores divinizados, eran llamados asklepíades y sus lugares de trabajo estaban en los templos; de modo que los hospitales y demás centros de atención médica tienen como lugar de origen la casa de un dios.

Desde los templos ejercían el sacerdocio sanador mediante una visión cosmogónica de lo humano. En otras palabras, el hombre era concebido como un ser integrado al universo, formando parte de la gran totalidad: lo humano, lo sobrenatural y el universo coexistían indisolublemente. En cierto modo se trataba de una visión holística, de alguna forma representada hoy en el paradigma cuántico que explica al universo.

La sanación no se dirigía únicamente al cuerpo porque también el alma debía ser tratada; el individuo se concebía inseparable de su dimensión abstracta; con ella se constituía en Ser, a su vez, inserto en esa gran totalidad universal a la cual ya nos hemos referido. Por eso la conciencia de estos primeros médicos no hacía distinción entre lo humano y el cosmos, ambas instancias no se percibieron de modo contradictorio.

Probablemente, este punto de arranque dotó a la medicina y al médico, en especial, de una singular potestad con su correlato en la conciencia del paciente. Estamos hablando entonces de una especie de memoria arquetipal que aún se manifiesta en la voluntad de sanar y el deseo de ser sanado, tal relación, no cabe dudas, predispone estados de conciencia inevitablemente terapéuticos.

Esta relación, experimentada más allá de la práctica siquiátrica, diferente a los fenómenos psicosomáticos suele ocurrir con mayor frecuencia de lo que sospechamos. Ahora bien, cabe entonces preguntarse, cómo es que opera este poder del médico, generalmente, sin que este lo ponga en práctica conscientemente.

La respuesta no es otra sino en la comunicación que el médico puede establecer con su paciente. En un editorial anterior de fecha 01 de marzo 2013, titulado El Poder de la Palabra, tratamos el tema de la comunicación entre el médico y el paciente. Hicimos referencias a eventos universales que plasman y simbolizan el poder terapéutico de la comunicación. El médico, más que otro profesional, tiene en la palabra el ímpetu y el poderío para lograr con ella el inicio de la sanación o de la curación; cuando el paciente acude al médico en busca de una solución a su problema de salud, este puede con la voz aliviar o agravar su dolor, complementado con el tacto y el don de escuchar, condiciones estas vitales para iniciar el alivio o la curación de sus males.

Si bien es cierto que el médico debe actuar desde la objetividad científica, no quiere decir ello que la rigidez y la frialdad deben mediar el acto médico. La distancia no permitirá indagar las dimensiones abstractas de la patología, no permitirá las revelaciones claves que subyacen en el habla; no permitirá la incorporación del paciente como sujeto esencial de la misma sanación; en definitiva, no permitirá hacer del paciente un sujeto sino un objeto más de la terapia.

Acerca de Rolando Hernández Pérez

Maestro de la Dermatología Ibero-Latinoamericana. Ex-Jefe Servicio de Dermatología del Hospital General "Dr. Luis Razetti", Barinas - Venezuela. Profesor de Medicina , Universidad de los Andes. Director Médico del GCCNSP - Barinas - Venezuela. Fundador y Co-editor de Pél-L Latinoameriicana (1998). Ex-Presidente de la Sociedad Venezolana de Dermatología

4 comentarios

  1. William Abramovits

    Mientras la ciencia no nos permita curar, o mejor aún, prevenir todas las enfermedades, lo que Rolando nos recuerda (con tanta elegancia) es el como debemos practicar la dermatología.
    Tocarle una placa de psoriasis a un paciente es mas importante que recetarle el biológico del día.

    Felices Navidades, Hanuká, y Año Nuevo desde Dallas a todos mis colegas, lectores, escritores y editores de Piel-L

  2. Gracias Rolando! Por esos toques eticos, tan necesarios a recordar, dia a dia y paciente a paciente y que no se estudian ni se aprenden en la academia, sino en nuestro ejercicio y vivir diario.

  3. antonio clemente heimerdinger

    Es necesario recordar la historia, la relación entre el espíritu y la materia es real, y en acto medico se evidencia en forma clara, Feliz AÑO y gracias antonio clemente h

  4. Juan carlos Diez de Medina

    Estiamdo Rolando, gracias por una editorial que sacude nuestros sentidos siempre nos alimenta.

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