Mirandote los ojos

Alfredo Arvelo Larriva — Venezuela, 1883

Mirándote los ojos te miro toda entera.
Toda entera deslumbras en su magia sombría.
así en un solo pájaro toda la melodía
y en una rosa única toda la primavera.

Ojos negros y próceros de claridad procera
que a tu beldad son dúplice blasón de señoría.
Sabios en luz y sombra, no saben todavía
que por ellos mi trágica desesperanza espera.

Y me forjo, mirándolos, el despotismo doble
de dos hermanos príncipes que con su brillo noble
subyugan un imperio presa de torvos males.

Porque mi alma sufre, tenebrosa de tedio,
con la fe melancólica del ansia sin remedio,
la tiranía fúlgida de tus ojos triunfales.

Alfredo Arvelo Larriva nació en Barinitas (Barinas/Venezuela)  el 25 de mayo 1883 y murió en Madrid  el 13 de mayo en el 1934.

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Un comentario

  1. Esta hermosa poesía del no menos famoso Alfredo Arvelo Larriva, quien derramó sus delicados versos por la Venezuela del siglo XIX y principios del XX, me recuerda al ilustre poeta sevillano, Gustavo Adolfo Becker.
    Vale la pena recordarlo. Les anexo una de sus hermosas inspiraciones:

    CARTAS LITERARIAS A UNA MUJER
    CARTA I
    En una ocasión me preguntaste:
    -¿Qué es la poesía?

    ¿Te acuerdas? No sé a qué propósito había yo hablado algunos momentos antes de mi pasión por ella.

    -¿Qué es la poesía? -me dijiste.

    Yo, que no soy muy fuerte en esto de las definiciones te respondí titubeando:

    -La poesía es…, es…

    Sin concluir la frase, buscaba inútilmente en mi memoria un término de comparación, que no acertaba a encontrar.

    Tú habías adelantado un poco la cabeza para escuchar mejor mis palabras; los negros rizos de tus cabellos, esos cabellos que tan bien sabes dejar a su antojo sombrear tu frente, con un abandono tan artístico, pendían de tu sien y bajaban rozando tu mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas húmedas y azules como el cielo de la noche brillaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían ligeramente al impulso de una respiración perfumada y suave.

    Mis ojos, que, a efecto sin duda de la turbación que experimentaba, habían errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron entonces instintivamente hacia los tuyos, y exclamé, al fin:

    -¡La poesía…, la poesía eres tú!

    Un saludo cordial,
    Dr. Guillermo Planas Girón,
    Ccs-Vzla

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