Cuando el pasado es presente

Por Martha Miniño

Miguel se niega a envejecer, quiere detener el paso del tiempo con cremas y menjunjes, quiere que el reloj pare y luego inicie su marcha hacia atrás, negocia con el espejo, que su imagen sea la del joven que un día quedó en el ayer. Esconde sus arrugas con afeites, masajes que estiren sus cansados pellejos que sólo quieren en el suelo descansar; la gravedad le hace fruncir sus cejas y cerrar los párpados por el peso del correr de los días, los años.

Miguel todavía se cree joven, aunque las canas invadieron todo su ser y el blanco del invierno  se cubre con un oscuro manto en su afán de engañar a las Parcas, olvidar que el Hades está a un paso de la esquina y que de un brinco, al cerrar los ojos, le lleva a un paraíso que quiere que esté perdido y no acierte a dar con el camino.

Miguel camina erguido con su corbata tiesa y su pañuelo en flor, añora los tiempos cuando su cabellera jugaba con el viento y un sombrero para ocultar sus temores, sus ansias; mira escéptico a los jóvenes y su vestimenta, aunque en el fondo sueña con ser como ellos y secretamente, con dolor, trata de aspirar el perfume de la lozanía de las muchachas a su alrededor.

Miguel sigue bebiendo, sediento aspira cada aroma hasta sorber el aliento que le daría vida de nievo y como un vampiro, busca el cuello de sus víctimas que le dará la juventud.

Miguel se busca en el espejo preocupado, no se encuentra a si mismo y la imagen que tiene ante si le mira confundido, no sabe quién es, hace mucho tiempo ya que su retrato de Dorian Gray lo tiene escondido. Tal vez perdido, no sabe dónde está, se ha ido.

Miguel sigue viejo, cada día más, la  mocedad perdida, las ansias no se olvidan, añora la vida, tristeza que brota en lágrimas de un pasado que ya sabe que se ha ido, pero no ha olvidado.