Mi interés y curiosidad por la computación se remontan a mi niñez cuando vi por vez primera cómo utilizar un ábaco, y más tarde pude comprobar cómo los ingenieros de mi familia manejaban la regla de cálculo. Era para mí una especie de “magia” que con aparatos tan sencillos pudieran acometerse cálculos complejos.
Cuando llegué a Boston en el verano de 1951, en esa “iniciación” a lo que representaba la Universidad de Harvard me llevaron a ver la famosa ENIAC, un verdadero dinosaurio por su tamaño y peso (167 m2 y 27 TM, con 17.468 tubos de vacío, de los cuales se quemaban centenas cada día). Fue mi primer e impactante contacto con un auténtico computador.
Durante mi entrenamiento dermatológico en New York University (1952-1954) vi de cerca el trabajo sobre tumores cutáneos de mi dilecto amigo y compañero de estudios Dr. Alfred W. Kopf utilizando las tarjetas perforadas de IBM (un medio para ingresar información al computador).
Más tarde, hace ya unas cuatro décadas tuve el verdadero privilegio de conocer y compartir con el famoso inventor estadounidense Buckminster Fuller, durante la visita que hizo a Caracas para inaugurar una de sus cúpulas geodésicas dentro de la exposición que montó la Embajada de los Estados Unidos en los terrenos de la zona rental de la Ciudad Universitaria. Recuerdo que en una reunión social Fuller me preguntó de sopetón: ¿Cuál es el invento más importante que ha hecho el hombre a lo largo de la historia? Me quedé un poco perplejo, y le contesté que al respecto había una diversidad de opiniones y se debatía varios candidatos para el primer puesto: el fuego, la rueda, la escritura, la imprenta, la máquina de vapor, el motor eléctrico, e incluso alguien habría propuesto el heno (ya que sin poder alimentar durante largos inviernos a animales domésticos tales como vacas, ovejas, cabras, etc. el hombre no hubiera podido “colonizar” amplias zonas geográficas de las zonas templadas).
De manera tajante me informó que la respuesta correcta era, la computadora. Aunque en mi opinión -hasta ese momento- la computadora era desde luego una buena opción, no estaba seguro de que era la vencedora de la competencia y por ello le pedí de inmediato sus razones para ese juicio, y me contestó, palabras más palabras menos: “El cerebro humano tiene dos funciones superiores: el análisis y la síntesis. Por cuanto una máquina diseñada por el hombre, la computadora, es capaz de competir, incluso con ventaja sobre el cerebro, en lo referente a análisis, ha liberado al cerebro de esa función, por lo que podrá concentrarse en la síntesis, que es una función en la cual la máquina es todavía incapaz de competir exitosamente con el cerebro”.
Francamente es una materia de profundidad filosófica que dejo a gente calificada en la materia, pero dada su evidente lógica y la dimensión intelectual de Fuller, la he considerado una verdad evidente desde ese entonces.
Esta simple observación de un intelecto original y creativo me “preparó la mente”, por decirlo así, para el resto de mi vida, ya que no he dejado pasar delante de mí los progresos evidentemente explosivos de la informática y las comunicaciones durante el último medio siglo, y muy especialmente las oportunidades que nos abría la computadora personal e Internet, y la necesidad de meditar y digerir la profunda influencia que tendrían en la praxis de la medicina.
Sobre todo quiero destacar la importancia que atribuyo al libro digitalizado y distribuido por Internet, miles y hasta millones de ellos gratuitamente, y aquellos que todavía reciben derechos de autor, a una fracción del costo del libro impreso. Hasta hace unos pocos años, al visitar esas inmensas bibliotecas de los países más adelantados del mundo, y pensar en el costo de las edificaciones y de los millones de volúmenes que albergaban, no podía apartar de mi mente una profunda frustración, pensando que jamás podríamos alcanzarlos en esa carrera donde nos llevaban tanta ventaja.
Y pensar que ahora, cada cual con una modesta inversión de una computadora y acceso a Internet, puede tener delante de su pantalla, en su sitio de trabajo, o en la comodidad de su hogar, a la hora que prefiera, el libro o escrito que necesite, o simplemente el que desee para su culturización y recreación. Y esto sólo como ejemplo, pues podríamos extendernos a las experiencias que podemos ganar en el estudio de la pintura, la escultura, la arquitectura, visitas guiadas a los mejores museos del mundo, y sobre todo la música, esa lengua universal que no amerita traducción alguna, disponible en todas su inmensa variedad.
Todos sabemos la importancia que han adquirido las redes sociales en la Web y Twitter es un fenómeno inigualable en la rapidez con que nos enteramos de las últimas noticias de cada momento del día.
El problema de hoy en día no es de falta de información, sino de exceso de la misma, y lo que exige el público es información veraz y comprobable, suministrada por gente con autoridad, derivada de sus conocimientos y experiencia.
Llevado al terreno de la medicina esa fue la motivación para inducirme a establecer hace cuatro años el portal/blog de salud www.bitacoramedica.com , al comienzo un simple hobby y hoy en día una ocupación a tiempo completo. Es evidente que la historia clínica digitalizada que ya es una realidad, terminará imponiéndose por razones económicas y porque puede reducir considerablemente errores de comunicación.
En el caso específico de la dermatología, que es una rama de la medicina esencialmente morfológica, con miles de entidades clínicas que el especialista debe aprender a diagnosticar y diferenciar, los libros no pueden reemplazar al examen del paciente, y recuerdo la constante peregrinación de quienes nos formamos como dermatólogos en Boston y Nueva York hace ya casi seis décadas, tratando de asistir a cuanta reunión, con presentación de enfermos, que tuviese lugar en toda la región. Era la forma más expedita de complementar los casos que atendíamos en el hospital y así familiarizarnos adicionalmente con esas variadas morfologías de la patología cutánea.
Las famosas figuras en cera, los “moulages” de Baretta, verdaderas piezas de arte, que representaban entidades clínicas poco frecuentes que debían enseñarse a estudiantes de medicina y noveles aprendices de la especialidad, estaban reservados a ciertas instituciones como el hospital St. Louis de París, pues además del considerable costo, requerían la existencia del artista.
Con la aparición de las fotografías en colores y nuevas técnicas en ese campo, aparecieron los atlas de dermatología, entre ellos el muy notable del doctor Pierre de Graciansky , que marcó una época. Las transparencias a todo color en los “carousels” de Kodak formaron parte fundamental de toda reunión dermatológica, hasta que aparecieron las fotografías digitales y los “pendrives” conectados a una computadora portátil y a un proyector.
La transmisión de imágenes a distancia por Intenet ha dado lugar a la telemedicina, en la cual la dermatología tiene especial capítulo. Pero la difusión de imágenes digitalizadas de alta definición y a todo color por Internet ha tenido que esperar, para ser realmente útil a los dermatólogos y estudiantes de medicina, a este año 2010 cuando irrumpió en el mercado ese híbrido entre teléfono celular de última generación y computador portátil, que genéricamente se llama computador tableta y cuyo prototipo es el iPad de Apple.
Antes del inicio de su venta comercial en abril de este año ya estaba fascinado y comprado a su potencial, pues había poseído un iTouch y sabía de las más de 200.000 aplicaciones que se habían diseñado especialmente para el iPhone y su gemelo el iTouch que se podían incorporar casi de inmediato al iPad; entre ellas más de 10.000 en el sector salud (y el número sigue creciendo a diario). Estas aplicaciones, muchas de ellas gratuitas, se bajan al aparato por Internet en breves minutos, y aquellas que requieren un pago, se puede hacer también por la vía electrónica contra una tarjeta de crédito.
Este pequeño aparato, en forma de delgado libro, mide 24,3 x 19 x 1,27 cm y tiene un peso de 700 g., con una pantalla resistente al rayado y de manejo táctil, de 25 cm en diagonal. Con retroiluminación y una alta resolución de 1024 x 768 pixeles, nos permite apreciar con toda nitidez y precisión las fotografías digitales en colores, tiene además sonido propio, y dispone de una considerable memoria flash de almacenamiento que varía en los tres modelos de 16, 32 y 64 gigabytes, que hacen fluctuar el precio entre 500 y 800 dólares aproximadamente.
Esa considerable memoria le permite almacenar cientos de libros, fotografías, videos, películas y toda clase de composiciones musicales y audiolibros. Su batería de larga duración permite su utilización ininterrumpida por 10 horas. Recibe y envía correos electrónicos. Se comercializa en dos modelos según su conexión a Internet, sea WiFi (inalámbrico), o bien WiFi con 3G (por telefonía celular). Este último modelo es ligeramente más pesado y desde luego más costoso.
En menos de tres meses (de abril a junio de 2010) Apple ha vendido más de tres millones de iPads, y demás decir que ya le ha surgido fuerte competencia y hay otros instrumentos similares en el mercado, todo lo que indica que en un futuro próximo los precios se reducirán considerablemente. Sus limitaciones son (entre otras) que carece de cámara fotográfica y de conexiones USB.
Con este dispositivo, los dermatólogos podemos intercambiar de manera casi instantánea información visual de altísima calidad, y utilizando los dedos de la mano (abriéndolos y cerrándolos), gracias a su pantalla táctil, acercarnos o alejarnos de la imagen a voluntad (como en el zoom de una cámara fotográfica).
De hecho ya existen varias aplicaciones dermatológicas, entre las cuales está “A to Z of Dermatology”, que reproduce para el iPad el atlas de dermatología de los doctores Vivienne Owen Ankrett e Ian Williams, que por la modesta suma de US$ 2,99 nos permite observar cientos de excelentes fotografías en colores de las dermatosis más frecuentes, acompañadas de un sucinta descripción. Trae adicionalmente una especie de examen al lector, enseñando imágenes y pidiendo diagnósticos.
Otra aplicación dermatológica denominada simplemente “Dermatology” se vende por US$ 4,99 y me luce menos interesante pues carece del “zoom”. Hay otras aplicaciones destinadas a adiestrar a quienes van a tomar los exámenes del “American Board of Dermatology”, la institución que califica a los especialistas de la piel en los Estados Unidos.
Al ojear esas aplicaciones me apercibo que existe un nicho evidente para ese sector de la especialidad que es la dermatología tropical, con imágenes de enfermedades que ocurren preferentemente en nuestro clima.
Imagino un futuro próximo en que cada estudiante de medicina al iniciar la carrera obtenga una de estas computadoras/tabletas con los 50 o más libros de texto recomendados ya incorporados en el dispositivo, que llevará a diario a sus pasantías hospitalarias y donde podrá hacer las notas correspondientes a la historia clínica digitalizada de los pacientes a su cuidado. Para ese entonces ese hábito ya estará firmemente adoptado en hospitales y consultorios de todos los médicos y es muy posible que ya no tengamos que utilizar el teclado, ya que podremos dictar nuestras notas al instrumento utilizando programas de reconocimiento de voz, que ya existen y que se habrán generalizado en su utilización.
Y, para terminar, un mensaje a los dermatólogos jóvenes, debiendo advertir que desde hace mucho tiempo no doy consejos no solicitados. Pero como interpreto esta gentil, cuan inesperada invitación de la Sociedad Venezolana de Dermatología a hablarles en esta ocasión, como una oportunidad para expresarles lo que pienso, quiero aprovecharla para decirles que he intentado toda mi vida vivir conforme a mis sueños, y que por fortuna algunos de ellos los he podido ver realizarse a cabalidad, pero ello no hubiese podido ser posible si previamente no me hubiese informado y meditado todo lo relacionado con la materia específica, por ello mi consejo, siguiendo fielmente el pensamiento de ese gran sabio que fue Louis Pasteur, les recuerdo tener siempre presente que “la fortuna favorece a la mente preparada”.
(*) Palabras pronunciadas en la XII Jornadas de Actualización Terapéutica Dermatológica y Estética, Hotel Eurobuilding, Caracas.
(**) Médico dermatólogo, Embajador y académico recibió Premio Martín Vegas de la Sociedad Venezolana de Dermatología. Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas y Matemáticas de Venezuela (Sillón XIII, 1971). Doctor en Ciencias Médicas de la UCV. Vicerrector Académico (fundador) de la Universidad Simón Bolívar. Fue elegido directamente Individuo de Número de la Academia Nacional de Medicina Sillón XXIV en 1967, incorporado por su trabajo “Autorradiografía en Dermatología”.