Por Martha Miniño
Para Mario Linares
FOTOGRAFIA I
Ana se quedó mirando el viejo pedazo de papel amarillo por los años, encerrado en él, una vieja fotografía sin nombre ni fecha. Un individuo de unos treinta años, calvo y con gafas miraba sonriente a la cámara, detrás y para empequeñecerle, un antiguo edificio renacentista florentino.
-Pero, y quién será este? Pensó distraída mientras desechaba el cartón entre otras chucherías y trastos.
Andaba rebuscando, limpiando gavetas, escritorios, cajones, limpieza general y rescate de los viejos recuerdos al morir la tía Victoria. Las pilas de cosas se iban amontonando, creciendo, un sinfín de recuerdos de viaje, insignias y otros cachivaches, un pasado olvidado que iría a morir con los trastos de la basura.
La tía Victoria recordó, una viajera constante, de punto en punto, ciudad en ciudad, sólo lo suficiente para conocerle y aspirar su aroma y cargar con un montón de recuerdos en la maleta y la memoria. Sin ataduras de un matrimonio (el cual dio por terminado antes de los cinco años ante la sorpresa de sus estirados familiares, al encontrar al flamante cónyugue en difícil situación acrobática), por lo que dejó el hogar, montó apartamento, más pequeño que un closet y aunque al principio poseía dos gatos, pronto también se deshizo de ellos, pues sus constantes idas y venidas le impedían hacerse cargo de ellos, y se dedicó a lo que más le apasionaba, viajar, conocer lugares y sobre todo, gente que coleccionaba, gente a la que conocía en forma casual e inesperada, rostros y acentos que atesoraba en la forma de minúsculos recuerdos y de los que ella sólo conocía su historia y muda para el resto del mundo, se había llevado sus secretos a la tumba.
Numerosos recuerdos fueron apiñándose en la minuciosa inspección de Ana, ceniceros, servilletas con restos de poemas, lápices y lapiceras, postales sin escribir, figurillas de colores frágiles y menudas, pero ningún nombre, fecha, ninguna foto.
Extraño, no ?
La Tía Victoria conocía más de medio mundo, Ana recordaba sus andanzas y los largos meses de ausencia de su tía favorita que llegaba en un revuelo de forma inesperada cargada de paquetes y regalos para todos, tras meses sin saber de ella, ni una postal o llamada, aparecía con extraños cachivaches y alaborios que adornarían el atestado apartamento y una enorme maleta llena de regalos, muy insólitos por cierto, como el extraño instrumento de llamar cabras de Dahomey, un sacapuntas de la torre Eiffel para la abuela Antonia, que además de medio sorda era casi ciega o los cuellos de colores chillones chinos de la provincia de Quam para sus tías jamonas.
A ella siempre le traía delicados recuerdos que atesoraba como niña sorprendida ante las cosas que le eran desconocidas, muñecas japonesas ataviadas de elegantes quimonos, pequeñas porcelanas italianas y alemanas, platitos conmemorativos, múltiples banderitas de países, ducados y reinos de ensueño y prendedores para el pelo de colores.
La Tía Victoria conocía infinidad de personas por todo el mundo, pero nadie en la familia conocía a ninguno de ellos, nunca recibía visitas, no tenía fotografías ni de la familia, sólo la foto de sus dos entrañables y adorados desterrados felinos adornaba la sala. Nunca jamás recibió una carta, Entonces, de dónde y por qué esta foto ?
Ana retornó al cúmulo de donde había colocado la foto y la volvió a examinar. La sonrisa era cálida, tan cálida que borraba todo lo que había a su alrededor, tan cálida como ese día, de un tono azul desteñido, sin nubes, radiante. Sin fecha ni nombre, sólo esa sonrisa que era el centro de la foto.
Entonces recordó la miríada de hombres en la vida de su tía. Un verdadero zoológico, que ella gustaba de recordar en las tardes que se acompañaba de su sobrina favorita. No era exigente en lo físico, si en el intelecto, profesores, profesionales, artistas y artesanos, jóvenes y ancianos, mediana edad, hombres de todos los colores y formas habían desfilado por la vida de su tía, pero nunca habían durado lo necesario para una relación, encuentros efímeros como el soplar a una llama, acercamientos y relaciones de pocos días y que no siempre terminaban en sexo. Quienes recordaran a la tía Victoria harían un oh! de admiración o suspirarían por su ausencia.
Al abrir de nuevo el viejo papel se deslizó una rosa seca y amarillenta, viejo vestigio de pétalos blancos y perfumados que alguna vez la tía Victoria sostuvo en sus manos. La situación era más intrigante aún, nunca había personalizado una relación, nunca había el más mínimo indicio de su vertiginoso pasado, los recuerdos eran para ser acumulados en la biblioteca del alma, libros que no abrían sus secretos para nadie y no obstante, este recuerdo tan íntimo y personal había pasado oculto a todos, rompiendo su anónimo pasado, rompiendo con sus colores ocres un presente de forma tan escandalosa que a Ana le pareció que le arrebataba algo a la tía Victoria.
Ana envolvió la flor y la fotografía en el papel y los separó de los otros objetos, tal fuesen importantes, pensó.
Los días pasaron y ya se cumplía el primer mes de la muerte de la tía Victoria. En esa fecha ella y sus hermanas planeaban visitar el cementerio tras la misa. Limpiarían las malezas de la tumba, recogerían las viejas flores del entierro y pondrían nuevas.
La mañana era fría y lluviosa y a pesar de ser pasadas las diez, el gris del cielo invitaba a la tristeza, todos los recuerdos de una niñez feliz junto a los pocos momentos que compartía con su viajera y tumultuosa tía le hicieron arrasar los ojos en lágrimas y muy a pesar suyo, fue a visitar la tumba de su tía favorita armada de rastrillos, cubos y un paquete de flores frescas multicolores. Pero los cubos, rastrillos y demás resultaron inútiles, pues la tumba lucía impecable, ni un rastro de malezas ni flores viejas olvidadas, junto a la lápida un velón encendido y a su lado, varias rosas blancas frescas.
Todas se miraban con interrogantes, el guardián tampoco sabía y el jardinero al llegar tampoco, por lo que Ana, entre divertida y malhumorada lo despachó con un sermón al bueno para nada que permitía aquel acto.
Los meses se fueron sucediendo, mes tras mes Ana acudía curiosa al cementerio, y allí, siempre el mismo día, aparecían las mismas flores, rosas blancas de increíble perfume. Ana nunca supo cuáles flores le gustaban a su tía, pero ahora podía adivinarlo.
Y el misterio se convirtió en costumbre. Las rosas blancas brindaban serenidad y belleza a la vetusta tumba de la tía Victoria.
Pero aconteció un día que en la fecha convenida no aparecieron las flores. Ana sospechó que algo había pasado al desconocido admirador o admiradora ? Pocos días más luego aparecieron silentes y anónimas como acostumbraban, rompiendo el vedado secreto de un pasado olvidado y tal vez oculto de la Tía Victoria.
Ana olió con delicia el intenso perfume de estas enormes rosas blancas, casi perfectas y se sentó a un lado de la tumba por un rato, mientras la brisa acariciaba su rostro, adormeciéndola. De pronto le vio, fue tan sólo un fugaz vislumbrar de una figura que pronto se empequeñeció como un punto en el horizonte. Y de aquel anciano sólo recordaba su cálida sonrisa. Era el hombre de la foto.
FOTOGRAFIA II
Lucy salió corriendo disparada a su trabajo, no veía nada a su lado, su empeño era llegar a tiempo y en punto a la oficina donde cumpliría ese último día laboral antes de iniciar sus quince temidos días de vacaciones que significaban tal vez soledad y aburrimiento como acontecía todos los años y que este año era amenazado por una excursión armada por sus primas, imagínate, quince días por toda Europa, Madrid y Barcelona, París, Roma, Florencia, Viena, Amsterdam, viaje relámpago maletas y mochilas al hombro para tomarse rápidas fotos en lugares cuyos nombres no sabía pronunciar en disfraces de turistas, comer comida chatarra acompañada de una copa de vino o cerveza y salir a divertirse por la noche a clubes baratos, bailar con desconocidos, estrujarse y dejarse manosear en la pista, besuqueos y tal vez sexo fugaz y luego, al llegar el día, medias muertas y resacadas y con tufo de cigarrillos y vino barato, salir disparadas en procesión como dóciles hormiguitas idiotizadas, dejarse llevar por un guía que monologaba distraído en un autobús atestado de de otros tan resacados como ellas y que espantaban a las parejas de ancianitos jubilados. Todo ello por la módica suma de más de un año de sacrificios, desvelos, dos empleos, muchos ahorros, saltarse comidas, rutas y autobuses y muchos tramos a pies bajo la lluvia obviando el codiciado taxi y ahora pagaba ese sacrificio a regañadientes, mientras separaba los pocos billetes que le sobraban para comprar la ropa en la barata, barata que no era más que un reguero de trapos usados de buena calidad y que ella se apresuraba a lavar concienzudamente, revisar para zurcir y hasta adaptar a su huesudo cuerpo.
Entre todo este traperío había escogido un pulóver rojo con cuello tortuga que contrastaba con su lacio pelo negro, sus ojos resaltaban luminosos, medios ocultos por la caída pollina y que se le antojó le daba vida a su tan habitual gris apariencia, que día tras día transcurría en un diminuto cubículo llamado oficina, atestado de papeles y una máquina de escribir y que recientemente habían sustituido por un ordenador que apenas cabía en el minúsculo escritorio. Era una secretaría más en un inmenso conglomerado ordenado y geométrico, todo angulado de oficinas de aseguradoras, papel tras papel, formularios, reclamaciones, autorizaciones pasaban por sus ágiles manos para ser enviados a un superior que nunca recordaba su apellido.
Sin luz ni ventanas, cuarenta y cinco minutos de almuerzo que no le rendían y que a veces saltaba, pues tenía que salir del cuadrado edificio de ladrillos cuyo único comedor siempre estaba lleno, hacinado gente como un moderno campo de concentración. Ahora, tras ese largo y aburrido día de oficina, iba camino a casa apretando contra si la bolsa llena de ropa y conocedora de la existencia de un billete de avión guardado en algún oscuro rincón de su apartamento, y ese tramo de viaje en autobús le pareció inmensamente largo y dejaba que su imaginación volase libre y se veía en una góndola en las azules aguas en el Sena en París, Pero, qué he dicho ¿ ¿ Góndola ¿ Uf! Que torpe, bruta, asquerosamente tonta, góndolas en Venecia y ésta no está incluida en la gira, suspiró. Quién sería el ocurrente que eligió Florencia y no Venecia ? Con lo romántico que podía ser un paseo por esos canales, pero en fin, ya está pago, a ver que aventura podré tener estas vacaciones. Si, aventuras soñaba, su triste y aburrida existencia no le permitían más allá de una lánguida estancia en el campo donde las tías o un esporádico viaje a las montañas, pero mayormente, era quedarse quince días en ese mugroso apartamento, mientras limpiaba, deshollinaba, se levantaba tarde y veía televisión tratando de matar el tiempo con alguna novelita rosa. Ahora, pensó, con este sacrificio algo tiene que suceder y con este pensamiento entró a su apartamento y no tocó más el tema.
Pues llegó el tan esperado momento, levantarse temprano, maletas, paquetes, nervios, pasaporte, chillidos, besos de despedida y compras de último minuto en el aeropuerto, sentarse rígida en su sillón en el despegue y casi aplaudir, que no se lo permitieron las primas, al aterrizar en Barajas.
La vorágine empezó en Madrid. A la semana y en su último día en Roma, tras una resaca de España, chorizos, tapas, birras, recuerdillos, trasnoches y andar boquiabierta por la capital francesa, su ultimo día en Roma apenas tenía conciencia de lo que hacía o miraba, era una sucesión de lugares, sitios, muesos, casas y gente, mucha gente, cuyos rostros le parecían todos iguales, cada vez se le antojaba más y más aburrido el viaje, le dolían los pies, las caderas, tenía toda la ropa liada y arrugada, apenas se acostaban de la parranda nocturna cuando les llamaban para zamparse un bollo con café de desayuno en un autobús y salir disparados como mansos borregos en procesión fúnebre. Todo eran jardines, monumentos, obeliscos, edificios de muchas columnas, comidas de diferentes sabores y gente que no hablaban castellano. Media sonámbula llegó al pequeño hotel que habían reservado en Florencia, sus primas parloteaban entusiasmadas con los rostros de los galanes italianos, hasta el vendedor de helados era guapo !
Una fría tarde se avecinaba, pensó, el cielo azul, brillante, se vistió con el rojo pulóver y recogió su pelo en un rígido moño, decidió salir sola y dejar a tras al dócil grupo de turistas y hacer ella su propia guía. Pronto lo lamentó, se andaba perdida en esa inmensa ciudad de monumentos, las estrechas calles la invitaban a seguir caminando y perderse en ellas, hasta que llegó a la piazza del Duomo. Cansada y con los pies adoloridos buscó un lugar donde sentarse, casi en vano, muchos museos, comercios y un pequeño lugar que ofrecía café, vacío de turistas y que le pedía agritos abrigarse a su resguardo. Todavía ensimismada y boquiabierta con toda la arquitectura a su alrededor, apenas se percató del hombre que le había saludado y que esperaba su respuesta con una sonrisa que dejaba ver sus blancos y simétricos dientes, en contraste con su limpia y reluciente calva y un arrastre al hablar que se le antojaba a uno de castizo.
Abrió los ojos, la hora de la tan esperada aventura había llegado, un desconocido le sonreía a ella, la imagen misma de lo gris y la monotonía que empezaba a brillar en estos momentos gracias a esa sonrisa.. No tardaron mucho en hablar, el sonriente calvo resultó ser un canario que le había visto en el hotel y que también se encontraba por allí de paseo, parlanchín locuaz le habló con muchos detalles de la ciudad, parecía conocer cada uno de sus rincones y las historias en ella y la conmovió con las tristes historias de los niños abandonados en la logia del Bigallo y la llenó de asombro con los sórdidos detalles de los Medici y la quema del fraile Savonarola y los trabajos de Miguel Angel. Por primera vez, Lucy pudo experimentar que se encontraba en un país extranjero y no un revuelo de ensueño con detalles que desabridos y descoloridos, caminó junto a este jovial desconocido por piazza Della Signoria y se asombró con la estatua de Neptuno y el león de Donatello y suspirar frente a la torre del viejo palacio del Vecchio.
Caminaron agarrados de la mano mientras él, siempre locuaz la iba inundando de detalles y anécdotas curiosas, Lucy no sentía el cansancio y sólo quería seguir caminando de la mano con este anónimo encuentro. Llegaron a uno de sus lugares favoritos, favoritos ¿? Si, no te dije ¿? Florencia es la ciudad que más admiro, he venido aquí multitud de veces y nunca me canso de verla y pasear por ella.
Frente a ellos se extendía una iglesia renacentista de decoración geométrica y cargada del colorido del mármol que contrastaba con el urbanismo presente, ángulos se superponían a círculos y arcos, ojivas y columnas.
Siempre sonriente su acompañante sacó una pequeña cámara y le pidió que posase frente a él, Lucy no quería, nunca le gustaba el aspecto que mostraba en las fotografías, anda si, no, no luzco bien, claro que si, y diciendo esto le soltó el atizado moño y dejó que la brisa le sacudiese sus largos cabellos y riendo le tomó no una, varias fotos, mientras ella protestaba muerta de la risa, la brisa era fría y ya tenía la nariz casi tan roja como el suéter que llevaba; el cosmopolita fotógrafo se acercó a ella y en un movimiento para arreglarle el pelo, le robó un suave beso en los labios que ella respondió con los ojos cerrados, fugaz y rápido como una exhalación y que la dejó con una enorme sensación en el pecho, como si hubiese abierto un cofre del cual salieron volando miles de avecillas que tenía dentro atrapadas y que quería ahora lanzarse al viento y volver aspirar esa dulce sensación sobre sus húmedos labios.
El, siempre sonriente se le quedaba mirando y proseguía con las fotografías, animándole y diciéndole cosas que a ella se le antojaron casi poéticas y que nunca pensó en escuchar de algún hombre jamás. Qué harás con todas esas fotos ? Pues me las guardo y así te recuerdo, quieres alguna ? No, quiero una tuya, también te quiero recordar. El le tendió la cámara y posó sonriente frente a la iglesia. El instante quedó plasmado en el aparato, y en su mente , que pronto adornaría con todos los artilugios que esa loca llamada imaginación sabía decorar los recuerdos.
Caminaron agarrados de las manos de regreso al hotel, ya era de noche y hacía frío, Lucy se sentía que caminaba en las nubes, ligera como la brisa y con ganas de seguir más tiempo con este encuentro. Entraron en su habitación, donde el la desvistió lentamente y sin decir palabras, y mientras ella trémula y pudorosa le veía hacer y sin abandonar su sonrisa, le hizo el amor dulcemente y recorrió todos los rincones de su ser como habían caminado por las calles y callejas, palacios y plazas, bebiendo y deleitándose en cada curva, sinuosidad, ángulo, la simetría de su cuerpo que parecía ajustarse a sus concavidades y convexidades en cada onda, espasmo, fluctuación hasta que se fundieron en una sola línea y parecieron estallar en mil colores hacia el infinito.
Una dulce sensación invadió a Lucy y se durmió en el pecho de su amable desconocido, mientras el la besaba dulcemente en la frente.
Cuando despertó se encontraba sola, sus primas le tocaban la puerta y le apuraban. Apenas tuvo tiempo para salir corriendo y encontrar el sobre que le habían dejado en la recepción, no lo abrió lo guardó junto a los demás trastes en su bulto de mano. Todavía conservaba el sabor de humedad en su cuerpo y sus labios, sus ojos brillaban y movía lentamente la cabeza para poder sentir el roce de su pelo contra sus hombros.
Entró nuevamente en el ritmo vertiginoso, ahora más frenético, pues se acercaba el fin del viaje, molidas hasta los huesos llegaron a sus casas. Lucy sacó toda su ropa de las maletas, ordenó todas las compras, los regalitos y artesanías según el país, sacó el pasaporte, los billetes de avión usados, papeles, más papeles y un sobre con su nombre escrito a mano. Le abrió con poca curiosidad, no recordaba qué podía ser, allí estaba la fotografía de su extraño y fugaz amante.
FOTOGRAFIA III
Tenía que matarlo, no le quedaba otra salida. Marcos sabía demasiado de él. Habían planeado todo juntos, y juntos lo habían echado a perder. No tenía remedio, había que hacerlo, solamente tenía que encontrar la prueba que lo relacionada a todo, eso y su silencio. Y la prueba se encontraba en una cámara, una fotografía que decía que había estado allí, esa evidencia lo relacionada directamente a todo y no podía ser.
No se imaginaba como pudo tener ese momento de estupidez, una debilidad del momento, pensó, pero claro, no se le ocurrió, Marcos, su mejor amigo desde la infancia. Ese momento sería la evidencia de que había estado allí, la pieza acusatoria para que pudiesen echarle la soga al cuello y como torturadores medievales chinos, le estrangulasen con sus largos y afilados dedos, soltando y apretando hasta que no quedase un hálito de si. Era cuestión de esperar el tumulto y la jauría, los rapaces buitres ávidos de carroña fresca que se abalanzarían sobre el hasta no dejar mas que rastrojos.
No lo iba soportar, era demasiada la presión y el riesgo incalculable, antes explotaría y se quitaría él la vida, y eso no podía suceder, toda su existencia estaba planificada de antemano para que un momento de debilidad se echara a perder por una foto, una foto que sólo significaba debilidad, estupidez ye ingenuidad por parte de Marcos, una foto que cerró con broche de oro sus frustrados planes y que ahora recordaba seis meses después cuando todo estaba a punto de ser descubierto.
Marcos tenía que morir por el simple pecado de un retrato, su manía de querer captar el tiempo y querer compartirlo juntos, agarrar ese instante y hacerlo suyo había sellado su condena. No podía arriesgarse, tenía que morir antes de que todo se descubriese.
Pero antes tenía que buscar la cámara, destruir la foto, las copias y luego destruir a Marcos, sacarlo de su vida y aparentar que nada había ocurrido, que fuera él, Marcos que cargase con toda la culpa, ese momento de debilidad debía de pasar de un salto a un hoyo negro del olvido, nunca sucedió y nunca sucedería.
Entonces comenzó a elucubrar su modus operandi, cómo, cuándo, con qué excusa le interesaría y atraería ? Con Marcos no habría ningún problema, sólo tenía que llamarle y…Era muy riesgoso y si alguien se enteraba ? Cómo obtendría la fotografía ?
Llamó, no le encontró, rabió y tuvo pánico, más que nunca debía de aparecer, pues tenía que morir, dónde estaría la maldita foto ? Qué habría hecho con ella ? Conocía a Marcos demasiado bien, distraído, tal vez la había impreso y quien sabe dónde la había dejado o en que album o gaveta mal puesta se encontraba.
La ansiedad aumentó su pánico, el sudor perló su frente, gruesos pliegues se formaron alrededor de sus ojos, los dedos de no dejaban de tamborilear el escritorio, tomaba una y otra vez la lapicera, miraba a los lados de soslayo. No podía ser, el hecho estaba a punto de ser descubierto y todo por culpa de una maldita foto.
Saldría y enfrentaría Marcos, sus vidas se iban a arruinar, pero nunca juntos, el tendría que afrontar toda su culpa. Sin pensarlo más tomó su chaqueta y se dirigió a la puerta, allí lo encontró Carmen, su mujer, una mirada extrañada, sorpresa y espanto, dudas, temor y desconcierto. Tenía la foto en la mano.
FOTOGRAFIA IV
Durante generaciones mi familia había cultivado la costumbre de coleccionar los momentos y circunstancias de toda una vida. Añosas fotografías se teñían lentamente del amarillo del tiempo, cada una de ellas cuidadosamente anotada con la fecha, lugar, situación y sus protagonistas.
Se podía leer, ¨abuelo Antonio Enrique, 1895, el día de su boda,¨, un enjuto bigotón, de cuerpo ralo y escuálido tratando forzosamente de sostener el estirado esmoquin, mientras le daba el brazo a una regordeta novia, o bien, ¨el primo César Eduardo, vestido con uniforme de la armada, voluntario en 1914, primera guerra mundial¨, allí con cara de susto y ojos muy abiertos, sacando el pecho con fusil en mano, corría el tiempo, los viajes del abuelo, como la del 1955, en la Feria Mundial, o más adelante, la fotografía del a sencilla boda civil de mis padres, mi madre hermosa y radiante de felicidad, mi padre, todavía con una gran mata de pelo rubio y su enorme nariz judía enseña todos los dientes, mientras atrás posan los abuelos, el juez, las hermanas de mi madre, obligadas damas de honor aunque fuesen cinco, y mi fallecida bisabuela vestida con su eterno luto o la de su hermano, mi tío Javier, cuando era un estudiante, con barba tupida y gorra del Che, 1973, que mi abuela escondió por muchos años o cada uno de nosotros, bebito recién saliendo de la clínica y un padre fumando puros.
Toda situación era un acontecimiento para tomar una fotografía. Recuerdo muy bien a mis primas, las gemelas María Gracia y Gracia María con su colección de cámaras que llevaban siempre en sus carteras. Ellas eran las mayores coleccionistas de momentos de toda la familia, aún una simple comida entre primos era motivo para una pose o una foto tomada al azar que podía revelarnos en situaciones incómodas como el pedazo de muslo de pollo entre los dientes, los lentes a medio talle de la prima Olga, los rulos de Francisca o los pantalones caídos a lo Cantinflas de José Carlos.
De hecho, a todos nosotros nos gustaba tomar fotografías, aunque habíamos algunos en la familia que eran fotógrafos por naturaleza, otros eran modelos per se y siempre buscaban la manera de salir hasta en las postalitas de las páginas sociales de los diarios, nunca perdían una oportunidad y siempre quedaban bien, otros primos menos aventajados, no sabíamos posar o tomar una foto, las tías y los primos siempre nos salían velados y las fiestas de cumpleaños mostraban cuerpos de la cintura para abajo y nos saltábamos el biscocho y si eran los quince años de alguna de las sobrinas jóvenes, las fotos del baile salían oscuras o movidas, y ni hablar de la hora de posar en alguna fotografía, siempre éramos un pequeño grupo que huíamos a la vista de la pequeña caja con luces de flash y que el posar más bien parecíamos un desmadrado equipo de perdedores, unos con los ojos hacia arriba, otros con la boca abierta o mirando a cualquier punto, en fin un desastre por ambos lados, podría decirse que este grupo de primos éramos la antítesis de nuestros fotográficos parientes.
Sin embargo, éramos buenos recolectores de datos y anécdotas que agregábamos a las fotos y álbumes, que cuidadosamente se coleccionaban en casa de la abuela Mariana. Ello constituía la historia de la familia Gómez Medina, que a falta de abolengo, heráldica y escudo, poseía una vasta, digamos inmensa colección de fotografías que de por si era un enorme museo de recuerdos.
Toda la historia de la familia se encontraba allí en cartones de color o blanco y negro, descoloridos, deslucidos y que mostraban mucho brillo en las fotografías recientes en papel satinado. Nacimientos y bautizos, los primeros dientes hasta las diabluras con la caja de dientes de la bisabuela Matilde y no faltaba algún macabro con la última pose del difunto tío Jacinto, cuyo entierro recogió el mayor número de coronas de flores y que más que velorio parecía fiesta.
Los recuerdos se fueron sumando, las historias ya eran largos capítulos de una novela que no parecía tener fin jamás, los primos y más primos, segundos, terceros, cuartos y multiplique usted, se fueron reproduciendo, vinieron los retoños, algunos por partida doble, mientras el ancianato envejecía sin ganas de partir a ninguna parte. Con familia tan grande el único árbol genealógico eran los gráficos y allí se iba a buscar menudencias de vez en cuando, enterarse de un chisme sabrosillo por cuenta de alguna de las tías, que con sus ocurrencias lo adornaban y desfiguraban como telenovela barata a su antojo.
La heráldica de los Gómez Medina se entretejió de recuerdos, memorias y rostros, sonrisas, dientes al aire o ceñudas frentes de seriedad, entre profesiones que variaron desde enterrador, no eso no, decía la tía Margarita, era un agente de pompas fúnebres; aviador, corrección, capitán de vuelo y primero en cruzar el país en un avión biplano, hasta periodista, un intelectual al que le robaron su premio literario, pasando por médicos, abogados y prósperos comerciantes y no dejó de haber uno que otro cabeza rota de mala vida y preso, no hija no, anda de viaje por el extranjero, hasta el primo de modales extraños y que algunos de la familia veían con recelo, te juro que se saca las cejas, por Dios !
Había sus escándalos, y los comentarios se hacían a baja voz fuera del alcance de los primos y otros tíos, los divorcios ya eran aceptados y los amoríos, que ahora eran novios aunque viviesen juntos, eran parte de la comidilla, hasta una prima en la televisión que apenas al mes andaba en automóvil del año y tenía apartamento montado; había mucha tela que cortar por todos lados y nadie se salvaba de los tijeretazos que las tías solteronas y la tía Dora apuraban con sus comentarios.
En cada fiesta navideña o aniversario aparecían rostros nuevos que se sumaban a las fotografías, productos de fugaces amoríos o las famosas relaciones comerciales del tío Arcadio, que siempre andaba recogiendo amigos e invitándoles a comer gratis a expensas de la abuela, o relaciones cortas de las primas más jóvenes o nuevos primos que desconocíamos y que sólo diluían el apellido y la herencia; otras caras nunca volvían a figurar en el album y aunque daban ganas de quemarles o cortar su rostro, su retrato permanecía allí en el libro de ese año, como testimonio de su corta presencia en el mundo de los Gómez Medina.
Hubo quienes se retrataron con el presidente de turno, varios de ellos mostraban ufanos y orondos su persona junto a encorvadas figuras con gruesos espejuelos, gallardos militares o un aspirante a galán vestido de blanco cuya calva relucía brillante ante el flash de la cámara.
Hasta las mascotas tenían su lugar aquí, desde el muy preciado Rocky de la tía Dolores, a cuya panza iban a parar todas las sobras de las fiestas y comilonas, hasta los adorados pomeranios de la tías Gertrudis y Carmina, las solteronas de la familia; el gato negro de Sebastián que rompió el árbol de navidad en la última fiesta y el blanco sin cola de Rubí; las cotorras y papagayas de la prima Claudia que vivía en Miami y la pecera llena de Goldfish del tío Enrique y una tortuguita llamada Toñita. Sin dejar de mencionar a los caballos del apuesto galán, abuelo Antonio, montado en su alazán, como héroe de parque, erguido en sus dos patas y la enorme colección de vacas que conocía a todas por su nombre.
Este zoológico humano era la familia Gómez Medina.
Y así me topé con la foto del primo Andrés. Si, así rezaba la inscripción, Andrés Solano, primo segundo, el 20 de octubre del 1982, en la iglesia de la Señora, Florencia, Italia.
Bien, primo de quién ? Ninguno de los jóvenes le conocía, los del medio tampoco tenían mucha idea, por lo que había que preguntar a los más viejos por dónde venía la cosa. Ni la abuela ni el tío Enrique, que eran los más averiguados, ni su primo Gastón supieron la cosa, cada cual tenía su teoría y la cosa se iba complicando más, el árbol genealógico parecía una enredadera.
Los padres ? Habían muerto. Hermanos ? Hijo único, un tío cercano, Fulgencio Solano Medina, difunto también. Por cierto, alguien sabe dónde vive ese dichoso primo ? Se acerca la fiesta de los Gómez y vamos a reunirnos todos. Nadie tenía idea.
Fotos van fotos vienen. El día de la fiesta más de una cámara en mano, sonrían niños, ahora una con la abuelita, hey, las tías, dejen de comer y siéntense para la foto; las gemelas María Gracia y Gracia María competían con la tía Elisa y Javier Antonio por las poses y por los fotografiados, modelos digitales de última generación, no le prestaban atención al fotógrafo profesional alquilado para la ocasión que también salió en las imágenes de la fiesta pastelito en mano.
El jolgorio aumentaba, los niños corrían, el cocido barboteaba en la enorme olla, mientras dos gigantescas mulatas batallaban con la paila de arroz. Ya llegó el dulce, pongan a freír los plátanos, aquí no hay ensalada. El olor a caldo de carne, víveres y garbanzos alborotaba el estómago y los más panzones tenían retortijones que acallaban con los tragos y el maní, mientras suspiraban por el ansiado festín.
Justo antes de servir la bacanal de comida llegó el famoso primo Andrés que nadie conocía, si ese, Andrés Lozano, que el segundo apellido no lo sabemos. Solo y con un regalo en mano para la abuela. Pequeño, gordito y calvito, dijo la tía Dora, mientras arrugaba el ceño en plan de chismosa. Pero qué cacho de primo tenemos, dijo el primo Ramón, el siempre jovial anfitrión, dándole un abrazo al casi tembloroso hombrecillo, que no dejaba de mirar a todos lados.
Venga, venga, siéntese y póngase cómodo, bríndele un trago, así no, más fuerte que eso es de mujeres, así está bien, está cómodo primo ? El primo Andrés no dejaba de asentir con la cabeza, mientras colorado por la vergüenza se bebía su trago a sorbitos. La abuela recibió su regalo con mucha parsimonia y lo abrió, dando el beneplácito el abuelo Antonio. Los demás se sentaron alrededor esperando la comida y no dejaban de mirarle, nadie tenía idea de dónde venía este don desconocido.
A comer, a comer, no hubo tiempo para interrogatorios, el abuelo Antonio presidía la mesa y daba la bendición al frugal banquete mientras los más chicos se robaban los pastelitos y los guardaban furtivamente en los bolsillos.
Grandes platos humeantes de cocido, arroz, dónde está el picante ? Ya partieron el aguacate ? Y guineo, no hay guineo?? Gritó Lolita. La tía Dolores le sirvió un enorme plato al intruso y con una mirada imperativa le indicó que sólo los huesos no eran masticables, el resto había que atragantárselo y no se olviden, de los huesos y sobras para Rocky, clamó desde su mecedora.
Sólo se escuchaba el comer, tintinear de los cubiertos y los vasos, las cámaras no captaron el momento de la comilona, sólo se movían manos y quijadas, no había tiempo para fotos.
El primo Andrés lentamente, cucharada tras cucharada, papa tras ñame, yautía, auyama, chorizo, jamón, pollo, chuletas y garbanzos, terminó su plato, su frente estaba bañada en sudor y su barriga amenazaba al estrecho cinturón. Tras beber completamente su vaso de agua y dar las gracias por el postre, que todos los años era el mismo, pudín de pan con frutas, se zampó su ración y, dando las gracias, se excusó y salió.
Paso el rato y nadie se percató de la ausencia del primo Andrés, los segundos y terceros platos de tías y tíos y el esperado postre sorbían los sesos de los presentes. Las gemelas terminaron sus raquíticas porciones y salieron con sus cámaras en manos, nuevamente las poses salieron a relucir, anda, espera que me acomode la servilleta, así, no importa, con el frito en la boca, uy, mira, el tío Heriberto se sirve de la paila ! El otrora clic, se sustituía con un silencioso chirrido que nadie escuchaba y el relampagueo del flash aturdía a la víctima del momento, hasta los chiquitines querían posar cuchara en mano, baberos pringosos y sopa por todos lados.
Llegó la hora del café, afuera jugaban dominó y los gritos de los compadres llegaban a la casa, más cerveza, yo quiero un cuba libre, no se permite capicúa, no haga trampa amigo, quién tiene el doble seis, sale el doble seis, paso !Quién quiere café ? Anunció una de las mulatas.
Cámara en mano la tía Elisa notó el asiento vacío. Donde está el primo Andrés? Salió al baño ? Está allá arriba ? Nadie había visto salir al dichoso primo. No estaba en la cocina, ni en la sala ni el bar, el patio tampoco. En la galería del jardín estaban las primas chismeando de los últimos novios. A dónde se fue, y cuándo se fue? Nadie se había dado cuenta.
Las gemelas gritaron, le tomaste fotos al primo Andrés ? No, yo tampoco gritó Javier Antonio, a mi no me miren dijo la tía Elisa. Nadie se había recordado de tomar una foto al anodino primo Andrés, nadie le había visto salir. Las gemelas se miraron una a la otra con cara de desespero, su competencia se había echado a perder, si al menos le hubiesen tomado una foto, sólo existía esa vieja fotografía del 1982. No había una evidencia de su visita por la reunión de los Gómez
La abuela salió de la cocina, se despidió de mi y me dio las gracias, muy rica la comida dijo, espera poder volver el año que viene, anunció, y luego volvió a su rincón a dirigir la enorme lavada de cacharros.
Si, Andrés Solano viene el año próximo, pero alguien tiene idea de quién rayos es el primo Andrés y cómo llegó a nuestro album ?
FOTOGRAFIA FINAL
El tiempo se congeló, las horas dejaron de pasar y los segundos se acumularon en el reloj, el segundero de arena dejó de correr los granos y todo lució como una enorme fotografía vista desde un espejo.
Recogí el tiempo y lo vertí como un embudo, el hoyo negro absorbió mi espacio y mi tiempo y reunió a mis personajes en un punto, un solo punto, punto donde convergían todos los tiempos, todas las imágenes y todos los deseos. Todas las ansias y todas las pasiones se conjugaron en uno y se fueron reduciendo a uno, uno que lentamente fue tomando forma y haciendo tangible, palpable, creíble.
El hombre de las rosas blancas empezó a caminar, había dejado las flores atrás; el jovial y locuaz acompañante dejó de hablar y miró al frente; todas las ganas de matar y asesinar del amante de Marcos desaparecieron y su rostro tenso se aclaró, el primo Andrés dejó de ser pequeño y tembloroso, ahora caminaba erguido mirando al frente.
Todas las imágenes se conjugaron en una, se fusionaron y explotaron en una profusión de imágenes y color, luz que se desprendió en un torbellino silencioso y que luego se fue difuminando, todo vacío, todo silencioso, todo apagado, tranquilo y una sola imagen.
Cuando desperté la tenía en las manos, era la foto de Mario.
EL CUENTO HA SALIDO INCOMPLETO, FALTAN LOS OTROS TRES Y EL EPILOGO.
LA AUTORA
Disculpe Dra. Miniño, arreglaremos el gazapo a la brevedad, la culpa la tienen los pequeños duendecillos que atacan durante el montaje de la edición