Hace apenas tres lustros presencié con admiración -y con un tanto de envidia- la puesta en marcha de la nueva sede de la Biblioteca Nacional de Francia, rebautizada justamente con el nombre de François Mitterrand, pues fue quien la promovió y la hizo realidad cuando se desempeñaba como presidente de su país. Y digo envidia, porque esa fabulosa construcción y los más de 10 millones de libro que alojaba significaban el rol intelectual predominante de una gran potencia.
En esa ocasión, pude observar la comodidad con que los lectores e investigadores podían requerir los libros a consultar mediante eficientes sistemas computarizados desde sus puestos de trabajo, elegantemente amueblados y la rapidez con que el sistema de transporte automatizado de libros (especie de ferrocarril en miniatura) llevaba los libros solicitados en pocos minutos desde las cuatro torres de 24 pisos cada una, donde se almacenaban, en las cuatro esquinas del gran rectángulo que era el solar de la biblioteca, a cada puesto de trabajo de los usuarios (hasta 1.600 lectores simultáneamente y 2.000 puestos adicionales para investigadores).
La eficiencia, modernidad y riqueza en libros, manuscritos, periódicos, revistas y otros documentos de aquella biblioteca la convertían en uno de los más importantes monumentos culturales de los tiempos contemporáneos. Razón de sobra tenían los franceses de sentirse orgullosos de demostrar su afluencia económica invirtiendo esa riqueza en semejante instrumento de la literatura, abierto a todos los interesados, que fluían como abejas al panal, a nutrir sus mentes curiosas en este templo de la sabiduría.
No sospechaba, en aquel entonces, como en pocos años, gracias al avance de las tecnologías de las comunicaciones, a finales de la primera década del siglo XXI, empezaran a aparecer dispositivos (con pantalla y memoria, desde computadoras portátiles hasta tabletas y teléfonos celulares inteligentes) para leer cómodamente, desde cualquier sitio con acceso a Internet los llamados libros electrónicos (también llamados libros digitales, ciberlibros, o e-books, y eBooks en inglés), que hoy en día son una realidad avasalladora.
En estos dispositivos no solamente ya hay cientos de miles de libros disponibles por Internet, sino que aquellos que por su antigüedad ya no disponen de “derechos de autor” son de acceso totalmente gratuito y los de reciente publicación pueden ser adquiridos de manera casi instantánea, con considerables descuentos en relación con los libros impresos. En una de estas tabletas pueden almacenarse hasta un millar de libros, en un pequeño dispositivo que puede llevarse en un bolsillo
¿Estos avances significan que esas construcciones faraónicas con sus libros impresos, que son las bibliotecas, van a desaparecer? Personalmente no lo creo. Pienso que el libro impreso coexistirá con el digital, aunque minoritariamente, y que las bibliotecas seguirán siendo visitadas y utilizadas por los estudiantes e intelectuales como los templos del saber que fueron, son y serán.
Ejemplo de lo que está sucediendo en este campo lo narra recientemente Mario Vargas Llosa al describir la nueva biblioteca de Ciudad de México, “La ciudadela de los libros”, como “la más bella, original y creativa biblioteca del siglo XXI”.
Lo que sí es cierto es que esas grandes y costosas bibliotecas (para construirlas y luego mantenerlas) no son como en el pasado, el único vehículo que le permite al interesado acceder a la información, ya que no importa donde te encuentres si tienes acceso a Internet. Los esfuerzos realizados con el llamado sistema de “acceso libre” ya están dando sus frutos para permitir a los investigadores tener acceso gratuito a las publicaciones científicas.
Es un mundo nuevo que ha “democratizado” la información y nos permite augurar un mundo mejor informado, más educado, más culto y por lo tanto con mejores oportunidades de avance y superación.
Dr. Francisco Kerdel Vegas
Magnifico artículo Profesor Kerdel. Es totalmente diferente a mi editorial donde opino que si van a desaparecer. Yo desearía que usted tuviera razón, pero utilizando un castizo refrán me digo “ Deseos no p….”. Mi padre era linotipista, yo aprendí el oficio, hacia las tareas escolares en la imprenta de Publicidad ARS cuando ésta era dirigida por Arturo Uslar Pietri . He escrito algún libro y no hay nada como sentir la textura del papel, el olor a tinta y saber que un buen libro nos estará siempre esperando en nuestra mesa de noche.
He escrito algún libro y no hay nada como sentir la textura del papel, el olor a tinta y saber que un buen libro nos estará siempre esperando en nuestra mesa de noche. PLAGIO LETRA A LETRA AL DR. PIQUERO. Y AGREGO QUE DE DÍA TAMBIÉN NOS ESPERA UN BUEN LIBRO. SIENTO QUE LO CORTÉS NO QUITA LO VALIENTE Y AMBOS DEBEN PERSISTIR PARA APORVECHAR LA VENTAJAS DE CADA UNO.
UN ABRAZO
OSCAR