La historia reciente nos enseña como ambas estrategias son ampliamente utilizadas por la industria para proveer un mercado siempre hambriento de nuevos medicamentos contra enfermedades contra las cuales con anterioridad carecíamos de armas demostradamente efectivas, o bien de nuevos fármacos más efectivos que los actualmente en uso.
No hay dudas de que la medicina tiene mucho que ganar de ese gran depositario de la biodiversidad que es la naturaleza. Lo que generalmente sucede es que la estrategia de producir un fármaco sintéticamente (y con frecuencia a un menor costo) ocurre como consecuencia de su identificación en la naturaleza y comprobada su acción medicinal.
Los productos farmacéuticos actualmente en uso vienen en buena parte de especies salvajes. En los EE.UU. cerca de una cuarta parte de todas las prescripciones médicas son substancias extraídas de plantas. Otro 13 % se originan de microorganismos y 3% de animales. Increible pero cierto, que nueve de cada diez fármacos se originaron en organismos. La venta, sin prescripciones (de libre venta al público), se estimó en 1980, en unos 20 millardos de dólares y en 84 millardos en escala mundial. [141]
"A pesar de su obvio potencial, solamente una diminuta fracción de la biodiversidad ha sido utilizada en medicina. La estrechez de la base se ilustra por la predominancia de los hongos ascomicetos en el control de enfermedades bacterianas. Aunque sólo se han estudiado treinta mil especies de ascomicetos, y ellos componen el 2% de la totalidad de las especies conocidas, han proporcionado ya el 85 % de los antibióticos actualmente en uso." [142]
La bioexploración es el estudio de esa biodiversidad en la búsqueda de esos recursos naturales potencialmente útiles.
Aquellos países que todavía tienen en su territorio una proporción significativa de selva tropical húmeda, como es el caso de Venezuela -con la mayor parte de la cuenca del Orinoco y parte de las cuencas del Amazonas y Esequibo-, tienen además de una singular riqueza potencial, una ineludible responsabilidad por conservarla y con ella los ecosistemas que albergan con una cantidad de especies de fauna y flora, cuyas posibilidades terapéuticas todavía permanecen casi totalmente vírgenes a la investigación científica.
Dada la escasa capa vegetal de esa parte del mundo sabemos de antemano que si se permite talar los árboles para explotar la madera y dedicar la tierra a la ganadería o a la agricultura, no tendrán sino una productividad aceptable sino para contadas cosechas (al contrario de lo que sucedió generaciones atrás en los países de tierras templadas, lo que permitió una explotación agrícola mantenida), por ello esa alternativa, aunque tentadora en el presente tiene un futuro económico muy limitado.
Esa es la razón por la cual muchas organizaciones no-gubernamentales se han dedicado con entusiasmo a tratar de convencer a los gobiernos de los países que aún mantienen segmentos importantes de la selva tropical que existen otras alternativas, que combinando inteligentemente el ecoturismo, la bioexploración, y tal vez en un futuro próximo, intercambios de tierras vírgenes por créditos de carbón (una de las estrategias propuestas por los conservacionistas para disminuir el calentamiento del planeta), puede resultar más provechoso que la tala de esos bosques y que la agricultura (de un éxito fugaz) que pueda plantarse en los terrenos así obtenidos.
Según las cifras de la FAO, Venezuela todavía tiene 457.000 Km2 de bosques tropicales, casi la mitad de su territorio, pero el futuro no se visualiza despejado ya que con una tasa de desforestación (1980-1990) de 5.990 Km2 por año, lo que representa un porcentaje de 1,31 por año (superior a los de Bolivia con 1,16; Brasil con 0,90; Colombia con 0,68; y Perú con 0,40; y menor tan sólo que Ecuador con 1,98; entre los países amazónicos), nuevamente nos colocamos desfavorablemente en un área tan crítica, aún entre los países de la región, todos acosados por las mismas tentaciones y miopía en sus políticas públicas conservacionistas. [143]
Es oportuno recordar que debemos evitar lo ocurrido en las zonas templadas, ya que en gran parte de nuestro territorio carecemos -como ya se ha explicado- la opción de revertir la utilización de la tierra en el futuro. Más del más del 60% de los bosques de la zona templada se perdieron frente a la tala para proporcionar tierras para la agricultura (lo mismo que 45% de la selva tropical húmeda y 70% de la selva tropical seca).
La buena noticia respecto a estas negativas realidades es que las organizaciones no-gubernamentales (las llamadas NGO, utilizando el acrónimo en inglés) se han hecho más creativas y han diseñado programas para obtener donaciones destinadas a comprar la deuda comercial de los países (con frecuencia países del Tercer Mundo, fuertemente endeudados, algunos al borde de la insolvencia), con importantes descuentos, y dedicar los fondos así obtenidos a comprar tierras y convertirlas en reservas, educación ambiental y mejorar el manejo de las reservas ya existentes. Países como Bolivia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, México, Madagascar, Zambia, Filipinas y Polonia, han favorecido este tipo de estategias, llegando a acuerdos para implementarlos. [144] Nuevamente y desafortunadamente es evidente que en Venezuela vamos a la zaga en desarrollar estrategias conservacionistas como las aquí destacadas.
Hace aproximadamente un año (mayo 2002) visité en sus oficinas de Washington, D.C. al doctor Richard Rice, economista ecológico y arquitecto del programa de concesiones para la conservación llamadas "warp-speed conservation" llevadas a cabo por la organización ‘Conservation International', para la cual trabaja, con el objeto de enterarme de los detalles de ese programa, tal como apareció descrito en la revista ‘Scientific American' de mayo de 2002, pudiendo comprobar los adelantos de dichas ideas y su exitosa implementación en el vecino país de Guyana.
En base al éxito de este tipo de visión realista del problema, los propietarios actuales de las tierras con selva tropical (trátese de Gobiernos o particulares) podrán determinar si sus intereses económicos quedan favorecidos llegando a este tipo de acuerdos, y además servir a la causa de la conservación, de importancia capital para el futuro de nuestra especie.
Hace más de dos décadas el CONICIT conoció de las ideas del bioquímico británico doctor Conrad Gorinsky (hijo de un inmigrante polaco y la hija de un cacique amerindio de la zona del Rupununi en Guyana y educado en Inglaterra), recomendado por el entonces embajador de Venezuela en la Gran Bretaña doctor Juan Manuel Sucre Trías, respecto al desarrollo de la nueva disciplina, la etnobotánica, basada en la tradición oral de los amerindios, transmitida de generación a generación, referente a indicaciones médicas de ciertas plantas, disciplina en la cual tenía especial competencia. La visita propiciada por el organismo oficial, para establecer un programa cooperativo de investigación en esa nueva e interesante área para Venezuela, fue interrumpida abruptamente, sin que el invitado fuese informado de las razones para llevarla a su fin de esa manera. Todo ello hace sospechar del complejo que tenemos para sentarnos a negociar y lograr de que de una mesa de negociación, inteligentemente manejada, salgan acuerdos ventajosos para ambas partes. Tal vez la falta de experiencia que tenemos y pasadas negativas transacciones, todo ello sustentado siempre en la supuesta riqueza petrolera que nos transformó en un país rentista, carente de creatividad e iniciativas, nos hayan creado esa psicología negativa que paraliza toda acción creadora.