París fue a lo largo del siglo XIX y bien entrado el siglo XX, vale decir hasta el inicio de la II Guerra Mundial en 1939, el imán qua atrajo, no solo a intelectuales, escritores, poetas, pintores, escultores y músicos, sino a jóvenes profesionales de todas las disciplinas, y entre ellas en forma destacada a los médicos de todas las nacionalidades
Tal vez porque tengo muy presente la memoria de las anécdotas de mi abuelo materno Luis Vegas Sanabria, quien al graduarse de médico en la Universidad Central de Venezuela -si mal no recuerdo en 1884- se trasladó a París a “perfeccionar” sus estudios de medicina. Para ese entonces “especializarse” no hubiese tenido mucho sentido, excepto en la ya antigua división entre médicos y cirujanos, y eran pocas las especialidades bien establecidas que en un país con la exigua población que tenía para ese entonces Venezuela.
Posiblemente le hubiese sido difícil a un especialista ganarse la vida si limitaba su ejercicio profesional a una rama determinada de la medicina, así tuviese una inclinación intelectual para alguna de ellas. Es la época en que comenzaron a florecer –allí y en otras capitales europeas-, desde el punto de vista clínico y científico.
Lo cierto del caso es que París fue a lo largo del siglo XIX y bien entrado el siglo XX, vale decir hasta el inicio de la II Guerra Mundial en 1939, el imán qua atrajo, no solo a intelectuales, escritores, poetas, pintores, escultores y músicos, sino a jóvenes profesionales de todas las disciplinas, y entre ellas en forma destacada a los médicos de todas las nacionalidades. De hecho, la “ciudad luz” fue la “Meca”, o sea la capital del intelecto universal, por ese largo período de su historia.
De allí que cuando mi hija Ana Luisa me obsequiara hace unas semanas el interesante y hermoso libro del escritor estadunidense, David McCullough, titulado “The Greater Journey. American in Paris” (Simon & Schuster, New York 2011), me entregara a leerlo con avidez y curiosidad combinadas, especialmente al comprobar que el autor dedicaba 33 páginas del libro al asunto de los estudios de medicina de los norteamericanos en París en el siglo XIX, en un capítulo nombrado “The Medicals” (páginas 103-136).
Aunque buena parte de la narrativa se refiere a notables médicos norteamericanos que hicieron sus estudios médicos de pre y postgrado en los hospitales de París en la década de los años 30 del siglo XIX, mucho de lo que allí se refiere permanece sensiblemente igual durante ese siglo y comienzos del siguiente.
El París Médico era “el París de numerosos hospitales e ilustres médicos, de técnicos médicos, enfermeros, internos y pacientes por millares; una Escuela de Medicina célebre, la ‘École de Médecine’, y varios miles de estudiantes de cada parte de Francia y del resto del mundo”.
Resulta muy interesante la descripción de los hospitales de París, comenzando por el más antiguo de la ciudad (fundado en 1602), el muy famoso Hôtel Dieu, frente a la catedral de Notre-Dame en la Île-de-la-Cité, con sus cinco pisos y sus 1.400 camas, prestándole servicio a más de 15.000 pacientes al año, y de forma gratuita al igual que los demás hospitales de la ciudad de París.
Menciona además con ciertos detalles al “Hôpital de la Pitié”, el “Hôpital de la Charité”, el “Hôpital des Enfants Malades”, el “Hôpital de la Salpêtrière”, el “Hôpital Bicêtre”, y el “Hôpital Saint-Louis”. Este último construido por Enrique IV para combatir la plaga, o sea la peste bubónica, mantiene hasta el presente su arquitectura original y tiene una especial connotación para los dermatólogos venezolanos pues allí se formaron como especialistas varias generaciones de ellos incluyendo al Dr. Martín Vegas.
El Hôtel Dieu, La Pitié y La Charité dentro de cortas distancias caminables, formaban junto a la también próxima École de Médecine, el “corazón médico” de París.
Se refiere igualmente a los más ilustres profesores de la época, tales como Auguste-François Chomel, Guillaume Dupuytren, Alfred-Armand-Louise-Marie Velpeau, Philippe Ricord, Gabriel Andral y Pierre-Charles-Alexandre Louis (éste último ejerció una importante influencia entre los estudiantes norteamericanos).
Es bueno recordar que es en ese mismo París médico donde se formaron, o terminaron de formarse, los profesionales venezolanos que le dieran a nuestra medicina el renombre y prestigio que conserva hasta el presente.
Allí coincidieron a fines del siglo XIX José Gregorio Hernández, Luis Razetti, Alfredo Machado, Santos Dominici, Pablo Acosta Ortiz y Bernardo Herrera Vegas, para nombrar tan solo a los más connotados que allá concibieron la creación de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela.
Sección aparte merece el rol de esa influencia médica francesa en el siglo XX en la medicina de Venezuela. Baste afirmar aquí que con pocas excepciones los profesores en la Facultad de Medicina que tuvimos los miembros de mi generación (Promoción Pastor Oropeza de 1951) tuvieron el beneficio e influencia de esa gran escuela médica, graduándose y/o especializándose en La Sorbona, la famosa Universidad de París -junto con la de Boloña-, las más antiguas y reputadas del mundo.
La tradicion cultural Academica da sentido y sobretodo clase a todo medico. Beneficia sobretodo a los pacientes. Este aspecto de la medicina se esta dejando en el olvido. Ya no vemos «Gigantes» de nuestra especialidad. Estan en peligro de extincion. Auspiciemos la medicina Academica.