La medicina de todos los tiempos, y así lo consagra el juramento hipocrático, ha tratado siempre de pasar por encima de los prejuicios raciales, religiosos y culturales de los seres humanos y ha intentado por los medios a su alcance de que las diferencias económicas entre los seres humanos no afecten negativamente a quienes no disponen de los medios necesarios para proporcionarse y pagar los cuidados médicos que reciben.
Este ideal, que siempre se queda corto y sea tal vez inalcanzable, se ha hecho cada día que pasa más difícil de lograr, pues las nuevas tecnologías médicas, cada vez más so?sticadas y complejas, son extremadamente costosas y lo mismo se puede a?rmar del precio de las nuevas medicinas (tal es por ejemplo el caso de las drogas patentadas necesarias para mantener con vida a los enfermos con SIDA).
La brecha existente entre la calidad de los servicios médicos disponibles a quienes tienen medios económicos y quienes carecen de ellos se hace cada día más amplia, y peligrosamente distorsiona los fundamentos éticos de la profesión médica a nivel mundial.
En muchos países reciben los servicios médicos apropiados tan solo quienes disponen de los medios económicos para pagarlos, y los profesionales de la medicina de nuestra generación tienen que aceptar las reglas draconianas impuestas al respecto por la administración de las instituciones a las cuales están a?liados, que para sobrevivir no pueden darse el lujo de hacer caridades y absorber los altos costos de las modernas y e?cientes tecnologías diagnósticas y terapéuticas.
Cuando inicié mi ejercicio profesional privado en 1954 la costumbre en Venezuela, copiada seguramente de Francia donde se especializaron casi todos mis maestros médicos, era la de dedicar las mañanas al trabajo en hospitales públicos y a la docencia, con salarios nominales y las tardes al ejercicio profesional privado, donde realmente se obtenían los recursos para mantener un nivel de vida decente y mantener una familia. Esto fue cambiando progresivamente y ya no es la regla sino posiblemente la excepción.
He tratado el tema en más extensión en una reunión denominada “Aula Magna” de la Ponti?cia Universidad Católica de Perú, el año 1998, publicado en el libro “Ética e Investigación: ¿el ?n justi?ca los medios?”, editado por Liliana Regalado de Hurtado y Carlos A. Chávez Rodríguez.
Fuente:
Francisco Kerdel-Vegas, dermatólogo y fundador de BITÁCORA MÉDICA
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