Más de sesenta años de práctica clínica, investigación y docencia en dermatología lo convierten en una de los médicos más reconocidos de nuestra comunidad, miembro de la Academia y con amplios intereses en historia, política y literatura. En esta entrevista desgrana momentos que guarda en su memoria, y reflexiona sobre el futuro de la profesión
Sami Rozenbaum
Su amplio consultorio está lleno de libros, y no solo sobre su especialidad. Apenas al llegar me muestra uno sobre la historia de los judíos en Ucrania, tema que ahora es de actualidad. Otros volúmenes que se amontonan en el escritorio tratan diversos temas que revelan sus múltiples intereses intelectuales.
NMI. Usted nació en Venezuela, hijo de inmigrantes. ¿Qué recuerdos atesora de su infancia?
MG. Mi mamá era de Czernowitz y mi papá de Noveselitz [Chernivtsi y Novoselytsia, ambas en la actual Ucrania. N. de la R.]; ella hablaba alemán y mi papá hablaba idish. Papá comenzó, como la mayoría de los judíos que llegaban al país, siendo cláper (vendedor de ropa y telas de puerta en puerta) en La Guaira, en el año 1930. Él todavía no había cumplido 18 años, y en realidad no pensaba venir a Venezuela sino a Panamá, para encontrarse con su hermano mayor, Israel Goihman. Cuando el barco hizo escala en La Guaira, los judíos de Caracas, como siempre, se acercaron para saber qué noticias había de Europa. De pronto mi papá vio a su hermano desde el barco, y le gritó: “¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas en Panamá?” Y él le respondió: “¡No, yo ya tengo un año en Venezuela!”. Mi papá no lo sabía. “¿Entonces qué voy a hacer yo en Panamá? Yo me bajo”.
Se bajó, y se quedó. Esa era la época del general Gómez, y a Gómez le gustaba que vinieran extranjeros para trabajar siempre que no se metieran en política; Hitler aún no había llegado al poder en Alemania. Los comerciantes sefardíes le dieron mercancía a papá, y él se puso a vender. Llegó a conocerse perfectamente toda La Guaira, Macuto y alrededores, incluyendo los “secretos” picantes de algunas familias…
Yo nací en Caracas en 1938. Vivíamos en San Juan, de Angelitos a Quebrados número 5, a una cuadra de El Silencio; después de trabajar como cláper, mi papá tuvo un negocio de ropa que quedaba frente a la casa, y mi mamá trabajó allí como cajera hasta que empezó a tener hijos. Era la época de los tranvías, de los fruteros en carritos de caballos, y de los “carretilleros”, como se llamaba a los que llevaban las mudanzas en una carretilla. Era la Caracas de la neblina.
Recuerdo que papá puso en el piso de su negocio un mosaico con esvásticas. Cuando le preguntaban por qué, él respondía: “Para pisarlas, para escupirlas”. Yo tenía cuatro o cinco años, y él ya me decía: “Para que lo sepas: tú eres judío, y los nazis están matando a nuestra gente”.
Recuerdo que papá puso en el piso de su negocio un mosaico con esvásticas. Cuando le preguntaban por qué, respondía: “Para pisarlas, para escupirlas”. Yo tenía cuatro o cinco años, y él ya me decía: “Para que lo sepas: tú eres judío, y los nazis están matando a nuestra gente”
¿Dónde cursó sus estudios básicos?
En el Moral y Luces, cuando todavía quedaba en una quinta. Recuerdo que en mi salón de cuarto año éramos solamente nueve alumnos. La doctora Tengler daba inglés y francés, y la doctora Ritter dictaba latín y raíces griegas. Ellas eran judías de origen austríaco que se habían salvado de la guerra porque las enviaron a Inglaterra, y luego vinieron a Venezuela. La doctora Ritter llegó a ser decana de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, y la doctora Tengler también fue profesora en la universidad.
El profesor José Rafael Cortesía daba Física y Matemáticas. Otro que llegó también a ser decano universitario era el profesor de Biología, no recuerdo su nombre. El profesor que iba en mi autobús era Reinaldo Leandro Mora. Sí, los profesores del Moral y Luces eran puras estrellas, adecos perseguidos por la dictadura. Yo salí del liceo hablando inglés y francés, y escribiendo griego y latín.
En el colegio había un periódico que se llamaba Nuestro Mundo, cuyo primer director fue Marcko Glijansky y el primer jefe de redacción fui yo. Allí publiqué un trabajo sobre el petróleo en Venezuela. Cuando en la empresa Creole lo leyeron, llamaron al colegio para preguntar quién había escrito eso, y me mandaron una colección completa de la revista El Farol, que editaban en aquella época.
Yo fui el que pronunció las palabras en nombre de los alumnos cuando se colocó la primera piedra del colegio de San Bernardino. También ofrecí un discurso cuando llegó el primer embajador de Israel a Venezuela, el general Shaltiel; yo aún era niño y tenía una pollina, y cuando terminé el discurso él me arregló la pollina… Ah, y además di el discurso cuando vino Menajem Beguin, al que recibieron aquí como el “libertador de Israel”; así lo presentó mi tío, pues era el presidente del movimiento “sionista revisionista” venezolano. Beguin subió a Caracas en un carro descapotable, y la gente en la calle lo saludaba de verdad como el “libertador de Israel”…
En aquella época la división entre Ciencias y Humanidades se producía solo en el quinto año de bachillerato, pero en el Moral y Luces no lo habían abierto porque éramos apenas doce alumnos. Entonces cursé ese último año en el Liceo de Aplicación, pues me quedaba cerca de la casa; ya vivíamos en El Paraíso.
¿Cuando usted estudiaba Medicina ya había muchos médicos de la comunidad?
Definitivamente sí, incluso tuve profesores judíos. Había un porcentaje alto de médicos sefardíes. Uno de mis profesores fue el doctor Bendahan, no recuerdo su nombre, quien daba histología.
Yo me gradué en 1960. Había entrado en la Escuela de Medicina en el año 54, y había otros judíos estudiando conmigo. Entre los profesores estaba Henrique Benaim Pinto, quien ya era “el gran profesor” y trabajaba en el Hospital Universitario. Aquí hubo médicos judíos desde el siglo XIX, descendientes de los que llegaron de Curazao. Asquenazíes había pocos, como Sonia Hecker y Oscar Halfen, quienes fueron compañeros míos; también estaba Miguel Laufer, quien luego fue director del IVIC, muy amigo mío; él es de una promoción posterior. Mi primo Erwin Essenfeld se graduó antes.
La persona que hizo que yo fuera dermatólogo fue el doctor Francisco Kerdell Vegas. Yo pensaba ser internista y tenía mi puesto asegurado en el servicio donde fui estudiante en el Hospital Universitario, cuyo jefe era el doctor René Finol. El tío del doctor Kerdell era el conocido médico Martín Vegas, quien había sido médico de mi familia.
Yo trabajaba en la Cruz Roja, donde había un internado que era el más prestigioso de Venezuela para los estudiantes de pregrado. Había que hacer guardia como interno; en quinto año de Medicina eras “esclavo”, y en sexto año eras “jefe”. Yo fui jefe de guardia. Además tuve la oportunidad de trabajar como bachiller asistente en el servicio de Ginecología del doctor Víctor Benaím Pinto, y el de Dermatología de Oscar Reyes Flores, quien fue un gran, gran maestro.
Mientras estaba allí, el doctor Benaím Pinto presentó un caso ginecológico que mostraba lesiones muy raras en la piel. Benaím me preguntó: “Mira, dermatólogo, dime qué es esto”. Yo no sabía; nadie lo sabía, porque era algo infrecuente. Se lo presenté al doctor Reyes, y él tampoco había visto un caso así. Me puse a investigar en una enciclopedia francesa especializada llamada EMC; si estaba en alguna parte, era allí. Y lo encontré. Entonces se realizó la primera reunión de la Sociedad de Dermatología en la Cruz Roja y yo presenté ese caso, que después publiqué; esa fue mi primera publicación. En doctor Kerdell Vegas estaba presente. Él me conocía, habló conmigo después y me preguntó: “Mauricio, ¿y tú qué vas a hacer?”. Yo le dije “Voy a ser internista, tengo un puesto en el servicio del doctor Finol, pero en realidad no lo quiero, y el doctor Benaím no tiene puesto para mí, porque tiene un solo residente y ese puesto ya está asignado”. Kerdell me dijo: “Quiero que vengas a hablar conmigo para explicarte los planes que tenemos, y para que conozcas al doctor Jacinto Convit”. Fui. Ese día estaban estudiando un caso que era una enfermedad nueva, nunca antes descrita en el mundo, “dermatosis cenicienta”. Luego hablé con Kerdell y Convit, y me dijeron: “Usted va a hacer su residencia aquí. Después le vamos a conseguir una beca para que se vaya a los Estados Unidos”. En ese entonces había un convenio con la Universidad de Stanford. Entonces fui a Stanford, donde cursé el PhD en Inmunología, y luego fui el creador de la cátedra de Inmunología en la Universidad Central.
El doctor Goihman durante su ponencia ante la Academia Nacional de Medicina, en el acto de incorporación como Individuo de Número en el año 2019
¿Existía algún tipo de discriminación o dificultades para que los judíos estudiaran Medicina?
Jamás hubo en Venezuela obstáculos para los judíos. Ni para estudiar ni para ejercer. Se dice que la primera mujer que estudió Medicina fue Lía Ímber de Coronil, aunque hubo una antes, sefardí, pero no se graduó porque no aguantó la presión del machismo.
Solo recuerdo un par de casos de antisemitismo. Era la época de Pérez Jiménez. Cuando empecé la carrera la universidad tenía apenas un año de haber reabierto, pues estuvo varios años cerrada por motivos políticos. No había exámenes de admisión, sino lo que se llamaba “exámenes eliminatorios”; si uno los reprobaba en dos o más materias perdía el año, aunque aún no hubiese terminado el año lectivo. Y antes de presentar esos exámenes eliminatorios había que pagar; aunque no era una cantidad grande, los alumnos que no se sentían preparados no pagaban.
Fijaron un día de diciembre para presentar un examen eliminatorio; muchos estudiantes no entraron, quisieron boicotearlo. Yo sí entré; algunos entraron por una puerta trasera, pero yo lo hice por la puerta principal. Los profesores me dijeron: “Bachiller, no lo vamos a examinar a usted solo”. Yo respondí: “Doctor, no estoy interesado en que me examinen, pero como había esta disposición, aquí estoy”. A la salida, algunos compañeros, molestos porque había entrado, me dijeron “judío”.
Hubo otra ocasión. Yo aprobé todas las materias en el primer año, me fue muy bien. En esa época daban un diploma al alumno que sacara 19 o 20 puntos en una materia; obtuve dos diplomas del total de cinco materias. Al año siguiente, la asignatura de Fisiología la pasaron al segundo año de la carrera, por lo que quienes la habían reprobado no la perdieron, pues la pudieron cursar nuevamente al año siguiente. Como yo había sacado diploma en Fisiología, el profesor Lisandro López Herrera, director del Instituto de Medicina Experimental, me designó asistente-preparador de la cátedra. Mi trabajo era colaborar con los estudios experimentales que él hacía, y ayudar a los estudiantes en las prácticas. Entonces yo le estaba dando prácticas a mis compañeros que habían reprobado esa materia, y hasta los calificaba. Hubo uno que quedó descontento y me dijo “tú, judío, no sé qué”.
De eso se enteró un profesor de apellido Souto Candeira, español, quien estaba encargado de la cátedra, pues el doctor García Arocha, jefe de esa cátedra, estaba exiliado. Entonces Souto me llamó y me comentó: “Me dijeron que usted es de ascendencia judía”. Yo le respondí: “No, doctor, no soy de ascendencia judía; yo soy judío”. Desde entonces me respetó muchísimo, y se tomó tanto interés en mí que cuando se iba a marchar de Venezuela fue a mi casa a visitar a mis padres, y les dijo: “Este muchacho no se debe quedar en Venezuela haciendo solo medicina clínica; debe ir a formarse en el exterior, y debe trabajar en investigación”. Fue a mi casa a decirle eso a mis padres; jamás he visto algo así. Yo personalmente tampoco lo he hecho, debo decirlo, y eso me dio una inyección de orgullo que no tienes idea.
El jefe encargado de la cátedra fue a mi casa a visitar a mis padres, y les dijo: “Este muchacho no se debe quedar en Venezuela haciendo solo medicina clínica; debe ir a formarse en el exterior, y debe trabajar en investigación”
¿Qué dificultades cree usted que encuentran hoy los jóvenes para estudiar Medicina en Venezuela?
Tengo 20 años como profesor jubilado de la UCV. Fui profesor en el Servicio de Dermatología de la Escuela Vargas cuando Jacinto Convit era el jefe del servicio. Fui docente desde que regresé de Estados Unidos en 1968 hasta que me jubilé en 2001.
Lamentablemente, hoy en día no hay con qué. No hay laboratorios. No estoy al tanto de lo que ocurre en pregrado ni posgrado, excepto en Dermatología, donde sigo siendo profesor emérito y me siguen llamando para ciertos seminarios.
Allí en la puerta tengo pegado un recorte de periódico del doctor Jacinto Convit en sus últimos años, en silla de ruedas. Encima de la foto escribí Remember. El doctor Convit a esa edad, casi cien años, en silla de ruedas, en ese estado en que se ve en la foto, era todavía legalmente el director del Instituto de Dermatología. No director honorario, que lo habría merecido totalmente, sino director en funciones: él firmaba, o firmaban por él. La gente hacía todo “en nombre del doctor Convit”.
Yo me digo: “Mauricio, recuerda a tu maestro, pero recuerda que tú no vas a hacer lo que no puedas hacer más. Aprende cuándo retirarte, aprende hasta dónde llegar”. Por eso tengo mi práctica limitada a la dermatología privada, que es lo que puedo hacer. Remember, recuerda cuándo irte”.
Aquí todavía existe un buen posgrado de Dermatología, y también en el Hospital Militar. Pero hoy en día yo no estudiaría aquí.
Este es un país que tiene futuro, y la comunidad judía también, pero no es un futuro inmediato. Yo no lo voy a ver. Ojalá que tú lo puedas ver.
Fuente: https://shar.es/aWN5PG
Publicado en Nuevo Mundo Israelita, el 7 abril, 2022
Increíble Historia ! Aún más mis respetos y cariños a un gran Mentor! Profesor de muchos dermatologos venezolanos… Que tenemos el orgullo de decirlo !!!
Estimado Mauricio,
Gran testimonio. Nos enseñas con tu vida.
Abrazos,
Aldo G-S
Interesante poder conocer la historia del Maestro Goihman , a quien siempre admirare por su sapiencia
Como he disfrutado de esta biografía, he sido siempre un gran admirado del Maestro Mauricio Goihman , no tuve la dicha de ser su alumno pero cada vez que es invitado a dar una conferencia soy uno de los primeros en estar en el auditorio. Esperamos tenerlo por muchos años más y seguir disfrutando de sus conferencias y sus enseñanzas
Gracias maestro
«Al maestro con cariño»…
Mi admiración y respeto por su historia y legado
Que hermosa historia…yo lo recuerdo mucho mi querido maestro, donde quiera que voy. Fue un gran honor para mi que me hubiera permitido ser su ayudante en su consulta. Siempre le estaré agradecida por todas las enseñanzas que compartió conmigo. Saludos…