Parafraseando al escritor e historiador británico Edward Gibbon (1737-1794) en su clásico libro “La Historia del Ascensión y Caída del Imperio Romano” en cinco volúmenes (1776-1788), el escritor médico británico, ya mencionado, James Le Fanu, [106] ha publicado un libro de gran interés donde hace un inteligente análisis de los grandes logros de la medicina contemporánea, en los años que siguieron a la II Guerra Mundial, entre los cuales podemos mencionar las grandes batallas ganadas a enfermedades tales como la viruela, la difteria y la poliomielitis, y el hallazgo de medicamentos para controlar el progreso de la enfermedad de Parkinson, la artritis reumatoide y la esquizofrenia, y al mismo tiempo se hicieron posibles las operaciones de corazón abierto, trasplantes de órganos y niños de probeta. Según Le Fanu, tres décadas más tarde dejaron de producirse esos espectaculares avances y las promesas de las teorías sociales de la medicina, genética y deducciones estadísticas no han producido los resultados esperados.
Como ya se ha mencionado anteriormente, los “doce momentos definitivos” de innovación médica reciente son identificados como los descubrimientos de la penicilina, cortisona, estreptomicina, clorpromazina, cuidado intensivo, cirugía de corazón abierto, reemplazo de cadera, trasplante del riñón, control de la hipertensión (y prevención de accidentes cerebro-vasculares), cáncer en los niños, niños de probeta, y la importancia del Helicobacter.
Al lado de estos momentos estelares, Le Fanu manifiesta muy poco optimismo de que la biología molecular realmente nos conduzca –tal como opinan muchos analistas- a formas más racionales de tratamiento o incluso a la prevención de enfermedades comunes.
Opuestamente el médico norteamericano William Schwartz en su libro “La Vida sin Enfermedades: la Búsqueda de la Utopía Médica” [107], cuyo optimismo acerca del potencial de la biología molecular y la genética es compartido por John Maddox [108] en “Lo que Permanece por ser Descubierto”. [109]
En esta caída del prestigio y aura de la medicina en los últimos años juega papel preponderante el componente científico de la misma y podemos atribuirla mayormente a un sentimiento negativo muy arraigado en la opinión pública acerca de la ciencia en general que hemos comentado en otra paradoja.
La hipótesis del profesor Maurice Tubiana [110], que al analizar esas corrientes anti-científicas y anti-técnicas de nuestra moderna sociedad, les atribuye un basamento en la evidente irracionalidad al tratar de rehusar la única certitud de la condición humana que no es otra que la muerte, contra la cual la civilización occidental –ni ninguna otra- nos ofrece protección alguna.
Existe ciertamente racionalidad para luchar contra las enfermedades, así como irracionalidad de tratar de escapar a la obsesión de la fatalidad, y como bien asienta Tubiana, la historia de la medicina se sitúa entre esos dos polos.