Autor: Dra. Raquel M Ramos M
Muchacho:
Ya ves que tierna ironía que casi sería sarcasmo ¡si no estuviera empapada en tristeza!, ¡escribirte a ti, que jamás leerás esto! Porque no sabes leer. Estaba buscando entre mis papeles, entre las poesías, algo que alimentara el alma. Descarté simbolismos ternuristas y aéreas referencias, porque el horno no está para bollos de escapista dulcedumbre y de pronto, volví a encontrar tu imagen en mi mente: un niño venezolano de inefable mirada, casi senil a fuerza de trágica historia. Una mirada de todos los niños olvidados, oscurecidos, envejecidos, salidos de las ruinas y los ranchos, y las guerras y los terremotos y el hambre y los vientres de madres solteras, exiliados de la vida. Niños machacados aquí y allá. Niños destrozados en la miseria más rampante, dentro de una sociedad de despilfarros, idiota. Niños que componen las más espeluznantes cifras de la injusticia humana: quinientos millones de niños desnutridos, doscientos millones sin escolarizar, más de cincuenta millones condenados a trabajos inmundos. Tú, mi niño, eres uno de esos millones de niños.
Sin hablar, porque es que ya le tiembla a uno todo y la tecla se resiste a sonar, sin hablar digo, que sé mi niño, que somos los contemporáneos de la más horrible masacre infantil de la historia, y sé también que caminamos entre discursos, foros, seminarios, diciendo al mundo que tus ojos deben mirar atónitos, que no, no por favor, nosotros no somos culpables, sólo somos "contemporáneos" de la culpa.
Perdona mi niño. Estamos aquí muy ocupados con nuestras estupideces, luchando por cosas tan bonitas como la posición y el honor, como el amor propio y el figurar, y corremos detrás del absurdo de ídolos de barro.
Ustedes se pudren de horror con los ojos abiertos.
Te asías a tu silla de ruedas, nosotros te mirábamos como un caso y tú nos mirabas como lanzando la última llamada de socorro y de ternura inocente lanzada a un mundo que duerme cada noche con la maldita mala conciencia que no sirve para nada.
Perdona mi niño esta simpleza estética mía.
Perdóname hijo mi necio afán de aprovechar bellezas en un mundo de porquerías,
Y perdona esta carta que jamás llegarás a leer.
¡ qué golpe cordial de amistosa ternura te salvará!
¿;qué fibras del alma pondré en andadura, para convertir tus ojos de tristeza, tus encharcados ojos, en mirada de esperanza?
Pongo un disco y oigo los sones comerciales del amor que se compra, dulzón, pegajoso, desentendido de todo horror, porque ese horror indigesta, molesta nuestra diaria digestión.
Déjame mirarte y déjame llorar aunque no sea más que de rabia, por ser tan cobarde.
Ojalá me quede todavía algo más que el grito desesperado en el alma.
¡Ojalá me quede la esperanza!
(Año 1992)