Se dice -y probablemente con cierta razón- que las notables contribuciones de los griegos y la civilización helénica a la cultura universal se deben en parte al sistema esclavista prevalente en la época, que permitía a los ciudadanos de las diversas ciudades-estados desligarse de toda actividad doméstica (relegada a los esclavos) y disponer así del tiempo de ocio necesario para meditar, pensar, razonar, discutir y escribir.
Al disminuir o cesar la importancia de la fuerza física (en la que la mujer está en desventaja frente al hombre) con el advenimiento de las máquinas, las diferencias en el sexo en lo que se refiere a trabajo intelectual se han hecho borrosas o han desaparecido por completo, y con el descubrimiento de la computadora, el cerebro humano (masculino o femenino) ha podido confiarle muchas de las tareas analíticas a la máquina, y concentrarse en la síntesis, que parece ser la función superior de ese órgano.
Hay quienes han sugerido que las extremas temperaturas de los países cálidos del trópico son un óbice para la labor intelectual fecunda, y si ello tiene algo de cierto, es posible que el aire acondicionado libere el potencial intelectual de los habitantes de ese amplio sector de la geografía del planeta.
La tesis que asocia el ocio (me refiero al ocio de la actividad física rutinaria y extenuante) a la actividad intelectual, tiene sin duda sus méritos, y una lectura somera de las biografías de los grandes pensadores pone de manifiesto que dispusieron del tiempo (simultáneamente con cierta autonomía económica) para pensar. Lo que un hombre agudo como fue el publicista Carlos Eduardo Frías, captó perfectamente al enunciar que para ser productivo, intelectualmente hablando, "había que comprar la libertad de pensar".
Reflexionando sobre la creatividad de los escoceses alguien puntualizó que debido a la severidad de su clima invernal, durante meses no podían hacer otra cosa que sentarse frente a la chimenea y "tejer calceta", lo que ciertamente les daba tiempo para pensar.
Abraham Flexner (1866-1959), educador, y la persona que ha tenido más influencia en todo lo que se refiere a la educación médica contemporánea (Informe Flexner [93]), no abrigaba dudas al respecto y lo expresó muy claramente al apoyar con convicción y denuedo el sistema de profesores a tiempo completo en las Facultades de Medicina de las universidades, pensando que los docentes así contratados serían capaces de ‘dedicar su tiempo y energía al estudio y experimentación cuidadosos, mientras leían en muchas lenguas, conversaban, discutían y reflexionaban sin prisa … por cuanto el médico lidia con el mecanismo más complicado, el cuerpo humano'. [94]
Este sistema elimina o atenúa la posible codicia de un médico con éxito en su ejercicio profesional privado, al intentar establecer una verdadera industria con sus conocimientos, pues fija cuotas poco flexibles y dentro de tiempos razonables para ese tipo de ejercicio profesional. Tales exageraciones en el ejercicio profesional privado existieron y todavía existen, y recuerdo a un colega que se vanagloriaba de tener largas colas de pacientes esperándolo a diario para poder consultarlo hasta altas horas de la madrugada. Tal exceso de trabajo "rutinario" ciertamente no induce al pensamiento creativo.
Así me lo comentó en una ocasión en Cambridge uno de los matemáticos más distinguidos de nuestro tiempo, vecino de la casa donde residía, quien contestándome una observación medio-ácida, medio-humorística, de mi parte, referente al tiempo que pasaba en su jardín jugando con un hurón, me contestó muy seriamente: "Recuerde usted que la Universidad me paga para pensar … y es en esas ocasiones cuando pienso mejor."
Tal debería ser el efecto y consecuencia de consideraciones laborales especiales a los docentes, como por ejemplo el llamado "año sabático", que efectiva y razonablemente empleado debería dar lugar al progreso y productividad intelectuales medibles entre los profesores universitarios, algo que todavía está por probarse en nuestro medio.