Franciso Kerdel-Vegas
La revista, «Todo lo que usted debe saber Sobre«, del Grupo Editorial Macpecri y su Redactora/Coordinadora, Maribel Espinoza, me han invitado a escribir sobre mi distinguido y admirado colega, amigo y maestro, Dr. Jacinto Convit, lo que me brinda una oportunidad para unirme a la celebración de sus 100 años y rendirle el homenaje que se merece.
Cumplir cien años es de por sí una proeza y si son dedicados con persistencia y disciplina, como en el caso del Dr. Convit, a la mejor salud y bienestar de los seres humanos, quien así se comporta se convierte en un verdadero benefactor de la humanidad. Ya es hora que el gran público así lo reconozca y se aperciba de que un gran país lo construyen hombres y mujeres con esa vocación indeclinable.
Cuando regresé de hacer mis estudios de postgrado en dermatología en los Estados Unidos (un año en Boston en el Massachusetts General Hospital/Universidad de Harvard y dos años en Nueva York en el Skin & Cancer Unit/New York University) en septiembre de 1954, por mi definida inclinación por la docencia y la investigación, de inmediato intenté ingresar a la Cátedra de Clínica Dermatológica y Sifilográfica de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela que funcionaba en el Hospital Vargas de Caracas.
El Profesor Titular y Jefe de la Cátedra, Dr. Carlos Julio Alarcón, formado como dermatólogo en el famoso Hospital San Luis de París, había sido anteriormente el «segundo de abordo» cuando mi tío materno, Dr. Martín Vegas se desempeñaba como Jefe de esa Cátedra (y Decano de la Facultad de Medicina) y sin duda por ese motivo me trató muy amablemente y me abrió una rendija de la puerta, al manifestarme que aunque no había cargos vacantes ni en la Cátedra, ni en el Servicio de Dermatología del Hospital Vargas, podía asistir regularmente y trabajar allí, si así lo deseaba, como una especie de Asistente «ad honorem». No lo dudé ni un momento, me incorporé de inmediato al trabajo asistencial y docente del Servicio y a desarrollar mi propia línea de investigación clínica centrada en la dermatología tropical y ví premiada mi dedicación y persistencia muchos meses más tarde en que fuí nombrado Instructor de la Cátedra.
En ese entonces el Servicio de Dermatología disponía de una Sala de Hombres y otra de Mujeres (con 40 camas cada una), Consulta Externa y dos pequeños laboratorios, de Micología (a cargo del Dr. Dante Borelli) y de dermatopatología (a cargo del Dr. Jacinto Convit).
Todos los compañeros del Hospital Vargas eran dermatólogos bien formados y la jerarquía en la Cátedra y Servicio se determinaba exclusivamente por la antigüedad, criterio objetivo pero insuficiente a todas luces, ya que carece de incentivos, para determinar el rendimiento, dedicación y productividad del personal. En pocos meses me dí perfecta cuenta de que la persona del grupo más comprometida con el avance de la especialidad y por tanto con la investigación era el doctor Jacinto Convit. Tal vez circunstancias especiales de vivencias compartidas, ambos fuimos alumnos en primaria del Instituto San Pablo de los hermanos Martínez Centeno, en secundaria del Liceo Andrés Bello y estudiamos medicina en la Universidad Central de Venezuela, iniciándonos en la dermatología con las enseñanzas del Dr. Martîn Vegas. Por ello cuando llegó el momento de mudar la Cátedra al nuevo, moderno y bien equipado Hospital de la Ciudad Universitaria, situado en el propio campus de la Universidad Central de Venezuela, y surgió la posibilidad de que una nueva escuela de medicina paralela se estableciese en el Hospital Vargas, no dudé ni por un momento de formar cuerpo con el doctor Convit y quedarme con él en el vestusto nosocomio, compartiendo un ambicioso plan de transformación de la enseñanza e investigación en la especialidad dermatológica, que era para nosotros -en ese entonces- una especie de sueño casi irrealizable pero obsesionante.
Algún tiempo después, al producirse la mudanza del viejo Hospital de Niños J. M. de los Ríos (al lado del Hospital Vargas), a su nueva sede en San Bernardino, nuestro Departamento de Dermatología del Hospital Vargas obtuvo nuevos espacios en el viejo edificio para disponer de un amplio salón de clases, y locales para la consulta externa y para los laboratorios de investigación. En ese salón empezamos a realizar seminarios de uno y dos días de duración, invitando a reconocidos personajes de la dermatología internacional. Todo ello financiado con modestas sumas de matrículas recabadas entre los dermatólogos asistentes y contribuciones del sector privado a través de una institución creada para tal efecto.
Movilizamos, con éxito, nuestros antiguos profesores y amigos en los Estados Unidos, que nos ayudaron a diseñar los laboratorios de investigación y la adquisición de los equipos. Todo ello fue posible gracias a una donación inicial y sin precedentes en Venezuela, de cien mil dólares que obtuvimos de los institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos para investigación de diversas enfermedades de la piel, consideradas como «tropicales» por su prevalencia en nuestra zona geográfica, tales como la lepra, leishmaniasis, oncocercosis, buba, carate, rinoscleroma, y varias enfermedades por hongos.
En poco tiempo la percepción en nuestro medio académico de que la dermatología era una especialidad de la medicina con numerosísimas enfermedades crónicas, difíciles de tratar (con una muy compleja nomenclatura), pero de baja mortalidad, cuya jerarquía era bastante secundaria, fue efuminándose, dando lugar a otra, diametralmente opuesta, de respeto y hasta admiración, con una vocación por la investigación y con logros sustanciales en la eterna lucha por el control y cura de las enfermedades de la piel.
El espaldarazo final a este mantenido esfuerzo lo obtuvimos cuando el organismo regulador de la formación de especialistas en Estados Unidos, el «American Board of Dermatology», reconoció al Hospital Vargas de Caracas (junto al St. John’s Hospital de Londres) como las dos únicas instituciones extranjeras calificadas para entrenar por un año (de los tres años requeridos) como Residentes a los aspirantes a tomar los exámenes del «Board». Ello permitió que de inmediato pudiésemos entrenar Residentes norteamericanos en el Vargas, y dió lugar a una consiguiente reciprocidad que permitió enviar jóvenes dermatólogos venezolanos a los más prestigiosos hospitales de los Estados Unidos, muy especialmente se cultivaron eas relaciones con la Universidad de Stanford en California y la Universidad de Miami en Florida.
Durante casi un cuarto de siglo que trabajé a diario con el Dr. Jacinto Convit, puedo dar fe de su devoción por la medicina, su bondad y despredimiento. Sus hábitos y costumbres morigerados, casi espartanos, me recordaban siempre los de su maestro Martín Vegas. Su elevada posición en la jeraquía sanitaria del país, como Jefe de la División de Lepra (más tarde denominada Dermatología Sanitaria) del entonces Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, permitió darle una unidad muy sólida y coherente al esfuerzo de consolidar y hacer avanzar la dermatología a nivel nacional. Consecuencia de esa sólida labor fue la creación del Instituto de Dermatología (hoy Instituto de Biomedicina) construido en terrenos adyacentes al Hospital Vargas.
El Dr. Convit es un hombre introvertido, no vacilaría en calificarlo de un tanto tímido, que dedicó toda su vida, con singular coherencia, al estudio y combate de la lepra y otras enfermedades contagiosas de la piel en nuestro medio (y por lo tanto consideradas como «tropicales»). Ejerció la medicina privada por muy corto tiempo, dedicándose por completo a su trabajo hospitalario, docente y de investigación, con muy modesta retribución pecuniaria. De manera lenta pero progresiva se ha ganado, en buena lid, no solo la gratitud de sus pacientes y el respeto de sus colegas, sino la admiración y el afecto de sus compatriotas, que se extiende con el paso del tiempo en el ámbito internacional, convirtiéndose así en un verdadero ícono de la medicina.
Son cien años de una vida útil que deja un ejemplo digno, cargado de enseñanzas, a las futuras generaciones de venezolanos.
La semblanza que nos entrega el Dr. Francisco Kerdel-Vegas sobre el maestro Dr. Jacinto Convit, es un justo y merecido reconocimiento a la dilatada trayectoria que ha acompañado durante toda su vida profesional al distinguido Profesor Universitario, considerado por todos sus colegas y colaboradores como “maestro de maestros”.
La dedicación perseverante en la investigación de afecciones tropicales, algunas contagiosas como el Hansen, (la bíblica Lepra con sus secuelas desvastadoras, tanto físicas como emocionales) y muchas otras que generalmente afectan a personas de muy bajo nivel socio-económico, siempre han constituido un reto en la investigación científica que ha desplegado el Dr. Convit, con la paciencia infinita que exhibió el Patriarca Job, cualidad que debe caracterizar a todo aquel que se dedica sin descanso y sin desmayo, a la investigación científica de las enfermedades que diezman a los seres humanos.
La faceta educativa y académica de este ilustre venezolano y su capacidad de servir, se pueden resumir en los excelentes ensayos del filósofo español Fernando Savater: “El valor de educar” y “La Aventura de Pensar”. Es esa propensión innata a servir al prójimo con benevolencia y desprendimiento, con entrega y solidaridad, rasgos propios de las personas “muy humanas”, es decir, según lo expone el propio Savater en sus escritos, aquellas que han saboreado «la leche de la humana ternura», según la hermosa expresión shakespeariana.
Estas cualidades, confirman que “ser humano es también un deber”, como lo propuso Graham Greene, el famoso escritor, dramaturgo y crítico literario inglés.
Permítaseme a estas alturas de mi vida, con la experiencia dermatológica que creo haber acumulado, una confesión sincera muy lejos de todo prejuicio y convencionalismo… “Me siento orgulloso de haber realizado mis dos postgrados relacionados con la dermatología, en el viejo Servicio de Dermatología del Hospital Vargas de Caracas y en el Instituto de Biomedicina, y de haber tenido como profesores, maestros de la talla del Dr. Jacinto Convit y el Dr. Francisco Kerdel-Vegas. Estoy seguro que los condiscípulos de mi generación, y los muchos otros que han transitado por las aulas y laboratorios del Instituto, compartirán conmigo este sentimiento”.
Enhorabuena, Dr. Convit. Deseo que nos siga acompañando muchos años más, con la mejor calidad de vida posible.
Un saludo cordial,
Guillermo Planas Girón
Caracas-Venezuela
Diciembre de 3013
Querido Dr. Kerdel-Vegas quiero agradecer por tan lindo articulo y deseo expresarle mi admiración por la devoción con la que se ha expresado tan lindo de su Profesor el muy Recordado Dr. Convit. No tengo el gusto de conocer a muchos médicos de Venezuela y solo he tenido el agrado de escuchar charlas magistrales del Dr. Piquero y del Dr. Rondon Lugo recientemente en Panamá. Como medico joven me encanta perseguir a los maestros autores de los libros de los cuales aprendo, para agradecer personalmente por sus enseñanzas y por compartir sus experiencias. Mis Respetos a su Maestro, sin tener el agrado de conocerlo siento como si ya lo hubiera hecho. Oir de su trabajo con los pacientes leprosos, su carisma, su entrega a la investigación solo me hace recordar de donde venimos. Estuve en el Inderma de Guatemala antiguo Leprosario y Nosocomio de Las Piedrecitas. Tener la experiencia de ver en los pacientes con secuelas de Lepra y aprender de ellos y de los Maestros como el Dr. Cordero no tiene precio. Nuestra Primera cátedra de la Unidad de Lepra en mi residencia tuvimos el privilegio de tener al Dr. Amado Saul de México con una Charla Magistral verdaderamente espectacular. Ojala en mi vida tuviera la oportunidad de conocerles a Uds. Valiosos maestros de la Dermatologia y sepan que tienen en mi a una amiga y colega y segura Respetuosa Admiradora. Saludos desde mi lindo San Pedro Sula Honduras.
La breve descripción que hace Francisco Kerdel Vegas de las faces mas importantes de la vida y trabajo del Dr. JACINTO CONVIT, plasma en pocas palabras una experiencia vivida, en una etapa de la vida médica venezolano que nos honra.