En el pasado artículo de la sección “Con Lupa” nos referimos a la relación entre genética e identidad de género, partiendo del artículo publicado en Science en donde los autores concluyen que no existe un “gen gay” amén de que la genética solo podría explicar del 8% al 25% de la conducta no heterosexual, la cual estaría asociada a pocas variantes distribuidas a lo largo del genoma.
En ese escrito tratamos las complejidades de la identidad de género asociada a la conducta humana no heterosexual (LGBTO = lesbianas, homosexuales, bisexuales, transgéneros y raros) que involucran condiciones ambientales como hormonas, influencias sociales y culturales y la ideología de género mediante la epigenética.
La conducta no heterosexual ha generado un debate político en el mundo que engloba un rango muy amplio de visiones que se balancean entre los extremos. Estas perspectivas van desde la violación de los derechos humanos al calificarla como un hecho ilegal que debe ser castigado, en algunos casos con la pena de muerte, hasta una opinión pública muy favorable que llega a un posicionamiento en gran parte de los medios de comunicación, el cine, las redes sociales y hasta en las leyes.
Podríamos extralimitarnos y simplificar estos extremos separándolos en actitudes pro y anti-LGBTO. En la toma de decisiones políticas y éticas, los pro-LGBTO aluden que la naturaleza explica este comportamiento y descalifican la influencia psicosocial; en cambio, los anti-LGBTO están en contra del contagio y tolerancia social, aunque también les dan importancia a los argumentos científicos. Y entre estos dos extremos, factores biológicos y culturales, oscila el péndulo de las posturas sociales y públicas en torno al tema, parte del cual ha sido analizado en la revisión de Bailey y colaboradores (2016).
Dada la necesidad de conocer las causas que podrían explicar el comportamiento heterosexual, homosexual, bisexual o transgénero, en este artículo intentamos revisar algunos de los factores publicados en la literatura científica que podrían influir en esta conducta.
Factores ambientales y epigenéticos asociados a la identidad sexual y de género.
La orientación sexual, definida por el objeto de excitación sexual, está ligada al fenotipo, rasgos de personalidad, intereses, comportamiento, rendimiento cognitivo y propensión de enfermedades, mientras que la identidad de género se refiere a cómo la persona (hombre, mujer u otra cosa) se percibe internamente (sentimiento interno), siendo ésta objeto de debates controversiales. La identidad sexual tiene un origen biológico (genético) que está restringido a la correspondencia entre el sexo definido por las gónadas (ovarios y testículos), los cromosomas (XX y XY) y la conducta, en cambio, la identidad de género, no predecible genéticamente, está asociada a factores ambientales controlados por procesos epigenéticos o de orden psicosocial.
Las gónadas no diferenciadas durante la embriogénesis comienzan a desarrollarse a las 5 semanas de la fecundación, formándose primero los testículos fetales que producen testosterona, asociada al cromosoma masculino XY. Las gónadas de los fetos femeninos XX se diferencian más tarde, en la ausencia de testosterona, cuando aparecen los ovarios y órganos genitales femeninos. Hasta el momento de la diferenciación de las gónadas no se puede saber externamente si el feto es masculino o femenino.
Luego en un momento posterior se produce la diferenciación sexual en el cerebro que es la responsable de la conducta y sujeta a modificaciones epigenéticas. Es decir que la diferenciación de las gónadas y del cerebro ocurren en momentos distintos, lo que indica que pueden ser susceptibles a modificaciones en forma separada.
Epigenética.
Comencemos primero por conocer ¿qué es la epigenética?
La epigenética estudia las modificaciones que ocurren en la expresión de los genes, sin la alteración de la secuencia del ADN, mediante su interacción con factores ambientales. Estos cambios en la expresión genética son heredables. En general, comprende el estudio de la conexión entre genoma y ambiente, también llamado ambioma o conjunto de elementos no genéticos y cambiantes que rodean al individuo. Es decir, la epigenética – arriba de la genética – explica cómo emergen distintos fenotipos de un mismo genotipo.
Los procesos epigenéticos en el cerebro son los más estudiados y comprenden la neuroepigenética en el campo de la neurociencia. Esta área de investigación está en pleno apogeo. Los cambios ambientales como por ejemplo la mente desencadenan transformaciones epigenéticas en la función neuronal del sistema nervioso central que se traducen en modificaciones de la conducta. Se podría decir que todas las influencias ambientales de cualquier importancia pueden cambiar epigenéticamente el cerebro (Cortés y col. 2019).
El vínculo epigenético entre genoma, proteoma y ambioma es facilitador de muchas posibilidades para transformar nuestra salud, biología y comportamiento y nos indica que el hombre puede ser dueño de su bienestar social y psicológico mediante la nutrición, creencias y percepciones que inducen señales epigenéticas a las redes neuronales, las que se pueden convertir en cambios saludables y provocados por nosotros mismos.
En fin, la epigenética es muy poderosa en la raza humana ya que causa modificaciones duraderas en la expresión genética que son necesarias para la sobrevivencia y adaptación del hombre frente a los cambios ambientales.
¿Cómo ocurre este intercambio de información y de regulación epigenética?
Los procesos químicos de regulación epigenética pueden ser de tres tipos: metilación del ADN (adición de grupos metilos a la citosina del ADN) o hidroximetilación (oxidación de las citosinas ya metiladas), modificación de las histonas y algunos efectos en el ARN. Estas modificaciones se realizan en la presencia de enzimas (metil y acetil transferasas). La metilación se asocia a la represión del gen mientras que la hidroximetilación facilita su transcripción o expresión genética o la responsable de cambios biológicos. Estas modificaciones epigenéticas son reversibles dado que la comunicación entre la célula, el ADN y el ambiente es bidireccional. También se ha demostrado la existencia de una “memoria epigenética”, la que además incrementa la sensibilidad del huésped a futuros efectos ambientales. ¿Serán la “memoria epigenética” e histéresis fenómenos similares?
Por ejemplo, la metilación del ADN interviene en el cáncer y otros procesos tumorales, en la diferenciación sexual y en enfermedades neurodegenerativas como el Alzhéimer. La modificación de las histonas, por intermedio de la acetilación, interviene en el cáncer, así como su metilación influye en la identidad de género y procesos tumorales.
Hormonas, epigenética y orientación sexual
Entre los factores biológicos asociados a la orientación se encuentran principalmente las hormonas que actúan por mecanismos epigenéticos, como se verá más adelante.
Las revisiones (2017 y 2018) sobre la orientación sexual e identidad de género concluyen que las hormonas durante el período prenatal y puberal afectan el comportamiento sexual amén de modificar igualmente la conformación neuroanatómica del cerebro asociada a la orientación sexual, la que posteriormente influirá en el comportamiento del adulto. Por ejemplo, la exposición a la testosterona en el ambiente prenatal masculiniza la conducta, así como su ausencia la feminizan.
Un estudio más reciente (2019) en animales muestra que la administración de testosterona en cobayos (roedor doméstico) causa efectos sexuales y duraderos en la descendencia femenina. Los autores señalan que la conducta también puede ser afectada por la socialización con los padres y compañeros y la auto-socialización, basada en la comprensión cognitiva del género, por lo que concluyen que la relación cerebro y comportamiento no está completamente clara.
Las investigaciones enfocadas a la epigenética y orientación sexual en animales han aumentado sustancialmente; si bien la experiencia en humanos es escasa. Las observaciones muestran que el establecimiento y permanencia de las diferencias sexuales en el cerebro dependen de transformaciones epigenéticas en la estructura de la cromatina, conformada por las histonas (proteínas) que rodea al ADN. Si hasta ahora la genética no ha explicado contundentemente el origen de la identidad de género en los no heterosexuales, los mecanismos epigenéticos si podrían explicar el desarrollo de esta conducta, pero, igual, éstos dependen del ambiente.
Por ejemplo, existen evidencias, señaladas en un artículo de Nancy Forger, que involucran mecanismos epigenéticos que median en el cerebro de animales los efectos a largo plazo de las hormonas y de la diferenciación sexual. Investigaciones en ratas, han mostrado que la epigenética (metilación del ADN o acetilación de histonas) interrumpe el desarrollo de la diferenciación sexual en el cerebro, lo que impide la masculinización de ratones machos; empero, el artículo indica la inexistencia de una fórmula simple que describa este comportamiento. Los estudios sugieren que los hombres y mujeres pueden usar diferentes combinaciones epigenéticas para controlar la expresión génica, añade la autora.
El mismo artículo, muestra que la exposición transitoria a la testosterona o al estradiol – su metabolito – durante el período perinatal induce diferencias sexuales en roedores, mediante cambios epigenéticos que subyacen a la acción de las hormonas. Por ejemplo, el tratamiento con testosterona aplicado al ratón femenino recién nacido lo masculiniza en la etapa adulta, por medio de la metilación del ADN.
Igualmente, cuando se inhabilitan algunas de las enzimas que actúan en la regulación epigenética durante el período crítico de la diferenciación sexual en el cerebro se interrumpe el proceso de diferenciación sexual. Por ejemplo, en ratones machos se inhibe el comportamiento sexual masculino.
Del mismo modo, el ambiente social está vinculado a la epigenética y un ejemplo sería la influencia del estrés (mente) en modificaciones en el cerebro de animales y humanos. Las investigaciones sobre el efecto del estrés en la vida temprana han aumentado mucho últimamente. En roedores que son separados de su madre al nacer se reduce la metilación del ADN y se altera la expresión genética en la edad adulta. El maltrato temprano también modifica los genes del aprendizaje y del crecimiento celular, así como también se alteran las enzimas epigenéticas de la corteza prefrontal en ratas.
Resultados similares se han encontrado en humanos; por ejemplo, en niños criados por padres biológicos se observa que tienen mayor metilación de los genes asociados a la respuesta inmune, estado de ánimo y comportamiento social cuando son comparados con niños que viven en orfanatos. En el cerebro de adultos que han muerto y tuvieron una historia de abuso o maltrato en la niñez se observó una disminución de la hidroximetilación, lo que sugiere una programación epigenética asociada a la historia de maltrato en la niñez.
En definitiva, el ambiente condiciona la transcripción o expresión de nuestros genes, un proceso heredable que igualmente puede ser reversible. Se podría decir que nuestro destino no está definitiva y únicamente determinado por la genética, sino – además – por el vínculo entre ella y el ambiente. Mediante procesos mentales podemos apropiarnos de nuestros genes y generar cambios en la expresión de los mismos aunados a modificaciones de la conducta. La experiencia, pensamientos, preconcepciones o percepciones activan redes neuronales específicas que originan patrones de conducta, apropiados o no. Si cambiamos la mente cambiamos la conducta.
En síntesis, la sexualidad podría ser explicada por la conjunción de la epigenética, ambiente y factores (experiencias) sociales y psicológicos.
Ideología de género y factores sociales.
Una ideología es un conjunto de ideas, creencias o valores que caracterizan un tipo de pensamiento, individual o colectivo, ya sea político, económico, social u otro. Las ideologías pueden ser mal utilizadas cuando constituyen una herramienta de control social como son los casos del comunismo y el nazismo.
En el caso de la ideología de género, la base se encuentra en la negación del fundamento natural, donde las diferencias sexuales entre hombres y mujeres se corresponden con la identidad sexual (percepción interna). En su lugar, esta ideología propone que las diferencias sexuales tienen su origen en una construcción social y cultural. Es decir, que los roles de hombre o mujer no recaen en las diferencias naturales entre los sexos, sino que en su lugar son impuestos socio-culturalmente. Afirman que el sexo es biológico pero la identidad sexual es aquella que la persona decide adoptar.
Los que practican esta ideología atacan el vínculo entre el sexo biológico y la identidad sexual y alcanza su clímax con la llegada del feminismo y la aparición de los contraceptivos y del aborto. Las feministas de entonces adoptaron el nuevo significado para el término “género” que hasta ese momento se usaba gramaticalmente solo para definir la condición masculina o femenina y no para personas, como lo mantiene, actualmente, la Real Academia Española (RAE) que no equipara “sexo con género”. El nuevo significado se aplica mundialmente a la definición de la identidad sexual de los individuos desde que fue lanzado en 1995 en la IV Conferencia Mundial de la Naciones Unidas sobre la Mujer, en China. El Fondo para la Población, UNICEF, UNESCO y la Organización Mundial de la Salud (OMS) aceptaron el nuevo significado de identidad sexual.
En la ideología de género se entrecruzan el sexo gonadal (biológico), la identidad sexual-género (sentimiento interno de la persona), el rol del género (determinado por la sociedad) y la orientación sexual (determinada por la atracción sexual).
Algunos ejemplos de la amplificación de la ideología de género en la sociedad actual serían: la legalización del matrimonio homosexual; artículos de prensa donde se destacan las relaciones homosexuales (escrito del New York Times sobre unos pingüinos homosexuales que son la gran atracción del Zoo de Berlín); la aparición, con frecuencia, de relaciones homosexuales y lesbianas, además de los transgéneros, en una gran cantidad de películas – incluyendo las de niños – y en programas de televisión; acciones legales contra aquellos que incurran en actos que desvalorizan a las personas no heterosexuales (caso de Caroline Farrow, directora de CitizenGO en el Reino Unido, quien está siendo investigada por la policía por llamar “castración, mutilación y abuso a menores a la reasignación de sexo a un niño de 16 años” o el incidente de Freddy McConnell, un transgénero que dio a luz a un niño y quiere registrarlo como hijo de un hombre, a lo que se niega el Registrador General del Reino Unido), entre otros ejemplos.
Al observar el auge de esta ideología sería pertinente plantearse las siguientes preguntas: ¿el posicionamiento y masificación de la ideología de género es beneficiosa para el individuo, la sociedad y el mundo?; ¿la controversia política en torno a la orientación sexual implicaría una banalización de la misma?
En el contexto de la epigenética, se podría decir que la ideología de género está abogando por la promoción de ciertos conceptos y conductas asociados a la identidad de género con el fin de crear una matriz de opinión en la sociedad y en la práctica pública para reforzar la idea de que los seres humanos pueden tener un comportamiento sexual cambiante según la circunstancia, o que, por ejemplo, en ciertos grupos sociales se hable de la posibilidad de no definir el sexo al nacer, nombrándolos “niñe” hasta los 7 años, cuando ellos puedan decidir cuál orientación sexual le satisface y comenzar a llamarse niño o niña.
Otras preguntas pertinentes serían: ¿Cuál es el riesgo de la propagación de la ideología de género?; ¿cómo queda la evolución en este concepto?; ¿hacia dónde iría la humanidad?; ¿sería la procreación un mecanismo para garantizar la sobrevivencia de la especie humana?; ¿la familia desaparecería?; ¿este proceder traería más pornografía o abuso sexual contra los niños? Estas son unas de las muchas preguntas que se derivan de esta postura.
Los individuos no heterosexuales constituyen – más o menos – el 10% de la población, aunque, algunos hablan de un menor porcentaje (5 – 7%), siendo entre 3 – 6% para los hombres y 1 – 4% para las mujeres; aparentemente esta estadística siempre ha sido parecida a través de la historia. Los que analizan esta visión a través del vértice de la evolución comentan que si la no heterosexualidad ha prevalecido en el tiempo es porque las circunstancias genéticas han sobrevivido basándose en lo que dijo Darwin: sobrevive el más apto. Por el contrario, los que razonan en base al hecho de que esta población no ha aumentado en el tiempo argumentan que la no heterosexualidad promueve conductas no reproductivas por lo que el medio ambiente habría controlado a la genética, aunque esto ha sido refutado. Sin embargo, según el artículo de Science donde no existe el “gen gay”, la genética no jugaría un papel estelar en esta conducta sexual.
El homoxesual, la lesbiana o el transgénero no merece ser estigmatizado, ni criminalizado, ni discriminado, sino ser reconocido como una persona digna. Para lograr esta condición socialmente, la “ideología de género” podría no ser un buen recurso ya que puede confundir más que aclarar, o ser al mismo tiempo el motivo y excusa para la aparición de movimientos políticos conservadores (anti-no heteroxesuales), hecho que está ocurriendo aceleradamente en la actualidad. Debería ser una búsqueda individual al ejercer el propio reconocimiento y el amor propio, para luego ser respetados como personas dignas por otros y la sociedad.
Partiendo del sustento de la epigenética, se puede deducir que ella es primordial en nuestro desenvolvimiento de la vida y puede tener tanto efectos negativos como positivos. Lo interesante es que se puede cambiar el comportamiento humano cambiando el ambiente y la mente.
No obstante, se necesitan más estudios y reflexiones sobre el tema.
Irene Pérez Schael