
Introducción
Entre los muchos cruces posibles entre medicina y arte, pocos son tan elocuentes como la vida y obra de Pierre-Auguste Renoir (1841–1919), maestro del Impresionismo, quien —a pesar de padecer una enfermedad devastadora como la artritis reumatoide— produjo una de las obras pictóricas más luminosas y vitales del arte occidental. En Renoir, el dolor físico no apagó la creación; al contrario, sirvió de fondo para una estética profundamente resiliente, que buscó —contra toda lógica fisiopatológica— lo bello, lo armonioso, lo sensual.
Este ensayo propone una lectura de Renoir desde la mirada de quienes ejercen la medicina, explorando cómo su cuerpo enfermo fue aún así —o precisamente por eso— vehículo de una expresión artística que afirma la vida, la belleza y la alegría como una forma de resistencia cultural.
I. Renoir: un artista del cuerpo vivo
Desde sus inicios, Renoir fue un pintor del cuerpo humano. Mientras otros impresionistas se volcaron a la naturaleza o la ciudad, Renoir se mantuvo fiel a la figura, en especial la femenina. No era un academicista, pero tampoco un subversivo. Fue un artista que amó la carne viva, palpable, tangible, retratada no como ideal sino como presencia cálida, real, vulnerable y sensual.
A lo largo de su carrera desarrolló una técnica donde el color y la luz sustituían el dibujo como estructura. La piel de sus modelos no se definía por líneas, sino por modulaciones cromáticas. En este sentido, su pintura tiene una dimensión táctil, casi médica: pinta la piel como una superficie viva, respirante, no como un símbolo sino como un cuerpo sentido.
II. El cuerpo enfermo: artritis reumatoide y transformación artística
En la década de 1890, Renoir comenzó a mostrar signos severos de artritis reumatoide, enfermedad autoinmune degenerativa que, con el tiempo, deformó sus manos, lo confinó a una silla de ruedas y le impidió incluso sostener sus pinceles.
Sin embargo, nunca dejó de pintar. A pesar de tener los dedos contraídos y las articulaciones inflamadas, logró seguir creando con el pincel atado a su muñeca. Como médicos, podemos imaginar el nivel de dolor articular, el desgaste funcional y la pérdida progresiva de independencia. Y sin embargo, su pintura no se oscureció. Al contrario, sus últimos cuadros son más cálidos, más sensuales, más vitales que nunca.
Para quienes estudiamos el cuerpo desde lo clínico, Renoir ofrece una lección humana: su cuerpo colapsaba, pero su deseo de crear —como impulso vital— permanecía intacto.
III. Una estética ajena al dolor… o que lo trasciende
Renoir fue criticado por sus contemporáneos postimpresionistas. Se le acusó de «decorativo», de evitar los conflictos sociales de su tiempo. Mientras otros artistas —como Van Gogh, Toulouse-Lautrec o incluso Cézanne— representaban la angustia, la enfermedad o el aislamiento, Renoir eligió la belleza, la risa, la carne luminosa.
¿Era evasión? ¿Negación? Desde una mirada médica humanista, podríamos proponer otra lectura: Renoir no ignoraba el dolor —lo conocía íntimamente— pero eligió representar aquello que el dolor no puede destruir.
Pintaba cuerpos jóvenes, sonrisas plenas, tardes soleadas, no porque no supiera del sufrimiento, sino porque lo conocía demasiado bien y se negaba a otorgarle el control de su universo creativo. En esto, su arte se convierte en una forma de terapia existencial, no para sanar el cuerpo, sino para afirmar el alma.
IV. «Las bañistas» (1918–1919): una despedida luminosa
En una de sus últimas obras, Las bañistas, Renoir representa un grupo de mujeres desnudas en un paisaje idílico. Para ese momento, él estaba completamente limitado por su enfermedad: su cuerpo deformado, la movilidad casi nula, y el dolor constante. Sin embargo, la pintura es una celebración rotunda del cuerpo joven, del placer visual, del gozo vital.
Desde lo médico, la paradoja es conmovedora: el cuerpo enfermo que representa el cuerpo sano; la mano artrítica que pinta la juventud eterna. Como si dijera: “Mi cuerpo se consume, pero la idea del cuerpo feliz sobrevive a mi biología”.
V. Una lectura médico-humanista
La vida y obra de Renoir ofrecen una valiosa oportunidad para reflexionar sobre las conexiones entre medicina, arte y humanidad:
El cuerpo no se reduce a su enfermedad. Renoir nos recuerda que la dimensión simbólica, emocional y espiritual del cuerpo humano es tan real como su fisiología.
La creación puede persistir incluso en el deterioro físico, y en muchos casos, cobra aún más profundidad cuando nace desde la fragilidad.
El arte puede ser un refugio, un espacio de salud mental, incluso cuando no hay cura corporal. Renoir pintaba porque, al hacerlo, no sentía dolor. Su arte era su analgesia.
Conclusión
Para quienes ejercemos la medicina, Renoir no es solo un pintor del placer y la luz. Es también un símbolo del cuerpo resiliente, del ser humano que, aun cuando todo se deteriora, encuentra una vía para expresar su vitalidad más profunda. Su obra nos invita a repensar la enfermedad no como negación de la vida, sino como contexto desde el cual —y a pesar del cual— es posible seguir creando belleza.
“El dolor pasa, pero la belleza permanece.”
— Pierre-Auguste Renoir
Dr Angel E Martínez es médico emergenciologo, egresado de la Universidad de Carabobo, profesor titular de microbiología en la Universidad de Puerto Rico.
PIEL-L Latinoamericana Publicacion periodica en dermatologia | Fundada en 1998
Gracias a Piel Latinoamericana
Es para mí un verdadero honor ver publicado mi artículo en Piel Latinoamericana, una página de referencia en el pensamiento médico y dermatológico de nuestra región.
Mi más sincero agradecimiento a la Dra. Raquel Ramos, colega, amiga y compañera de estudios en nuestra querida Venezuela, por abrirme este espacio de expresión y reflexión. Su generosidad profesional y humana ha hecho posible que este texto vea la luz.
El artículo que comparto, inspirado en la figura de Renoir, busca recordar que el arte, la medicina y la vida misma no son compartimentos separados. La creación, incluso en la enfermedad, nos recuerda que la belleza y la resiliencia pueden brotar desde la fragilidad. Renoir, como símbolo, nos invita a repensar el cuerpo humano más allá de su fisiología, reconociendo su dimensión simbólica, emocional y espiritual.
Gracias nuevamente a Piel Latinoamericana por acoger este escrito, y a quienes siguen creyendo que la medicina también es un acto de humanidad y sensibilidad.
Con gratitud,
Dr. Ángel Enrique Martínez Henríquez
Médico emergenciólogo – Universidad de Carabobo
Profesor titular de Microbiología – Universidad de Puerto Rico