Autor: Pablo Neruda
Género: Novela
Editorial Losada S.A. Buenos Aires 1974. 13 edición. Julio 1996.
Tapa: Pablo Barragán.
Esta novela es un canto a la vida, como todos soñamos vivirla. Escritas las memorias hasta casi el momento de su muerte abarcan a plenitud las pujantes vivencias del autor, desde las primeras experiencias infantiles, con sabor agreste en los bosques de Chile, hasta la culminación del reconocimiento mundial del Premio Nobel, todo conjugado con el acto de creación poética que fue su existencia.
Me parece una gran osadía, pero la intención viene del corazón, describir la obra que más admiro de mi ídolo. Pero así somos, y espero lo tome donde quiera que esté como un humilde homenaje de esta latinoamericana, que de alguna manera Neruda has alentado a volar con alas de libertad.
El Libro consta de 12 cuadernos, que describen hasta un poco antes del momento de su muerte. Esta obra es póstuma. Neruda no llegó a verla editada. Muere en Santiago de Chile el 23 de septiembre de 1973, doce días después del derrocamiento de su amigo inquebrantable,
Salvador Allende. Por eso creo que la tristeza puede matar.
Resumen
Esto es imposible, porque es la vida cuenta a cuenta de un ser humano esplendoroso. Me limitaré a transcribir fragmentos que llevo en el hipocampo.
"Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida. La intermitencia del sueño nos permite sostener los días de trabajo. .Muchos de mis recuerdos se han desdibujado al evocarlos, han devenido en polvo como un crista irremediablemente herido. Las memorias del memorialista no son las memorias del poeta. Aquél vivió tal vez menos, pero fotografió mucho más y nos recrea con la pulcritud de los detalles. Este nos entrega una galería de fantasmas sacudidos por el fuego y la sombra de su época. Tal vez no viví en mi mismo; tal vez viví la vida de otros. De cuanto he dejado escrito en éstas páginas se desprenderán siempre -como en las arboledas de otoño y como en el tiempo de las viñas- las hojas amarillas que van a morir y las uvas que revivirán en el vino sagrado. Ni vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta".
"Por todas partes las estatuas de Budha…las severas, verticales, carcomidas estatuas, con un dorado como de resplandor animal, con una disolución como si el aire las desgastara. Dormidas o no dormidas, así llevan cien años, mil años, mil veces mil años…Pero son suaves, con una conocida ambigüedad metaterrena, aspirantes a quedarse o a irse….Y esa sonrisa de suavísima piedra, ¿;a quién sonríen?. De alguna manera pensamos en los terribles Cristos españoles que nosotros heredamos con llagas y todo, con pústulas y todo, con cicatrices y todo, con ese olor a vela, a humedad, a pieza encerrada que tienen las iglesias….Esos Cristos también dudaron entre ser hombres y dioses. Para hacerlos hombres y aproximarlos más a los que sufren, a las parturientas y a los decapitados, a los paralíticos y a los avaros, a la gente de iglesias, para hacerlos humanos, los estatuarios los dotaron de horribles llagas, hasta que se convirtió todo aquello en la religión del suplicio, en el peca y sufre, sin que ninguna escapatoria te librara. Aquí no, aquí la paz llegó a la piedra, y estos Budhas colosales tienen en el rostro una sonrisa de piedra que es sosegadamente humana, sin tanto sufrimiento….."
"Pablo es un hombre feliz….si, ese soy yo .Comprendo que la probable felicidad ofende a muchos. Pero el caso es que yo soy feliz por dentro. Tengo una conciencia tranquila y una inteligencia intranquila…"
Colaboración:
Tomé unas fotos en la casa de La Chascona de Neruda en Santiago de Chile, en una inolvidable invitación que realizó Laboratorios Galderma a ese sitio de ensueño en la oportunidad de la Reunión del RADLA 2006, realizada en esa ciudad. Las fotografías mostraban el premio nobel de literatura otorgado al poeta en 1971 (certificado y la medalla). La otra fotografía es una pintura del genial pintor mexicano Diego Rivera, donde representa a Matilde Urrutia, con su ondeada cabellera (chascones o bucles) y si observan bien puede verse la cara de Neruda.. Les anexo el discurso de Neruda en su recibimiento del merecido premio.(Ojlá tenga la paciencia y la disposición de leerlo, porque es un verdadero alimento espiritual).
Señoras y Señores:
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.
En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.
En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.
El poeta no es un pequeño dios. No, no es un pequeño dios. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.
Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.
Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.
Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, ¿Qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? ¿Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.
Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.
Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano.
Pocos libros me han parecido un canto a la amistad, al amor, a la vida y a la actitud positiva como Confieso que he Vivido que, junto a Para nacer he nacido creo, fueron las 2 únicas 2 obras en prosa escritas por Neruda.
Las anécdotas que cuenta Pablo hacen de que nos síntamos a su lado, como un amigo más.
Para mi ha sido uno de esos libros indispensables.
Les sugiero que lean de Matilde Urrutia, la entrañable compañera de Neruda, su libro «Mi vida junto a Pablo Neruda»…..inolvidable y hermoso.
Saludos, Vito Abrusci
Lo voy a volver a leer.
En efecto querido Vito, el otro libro en prosa de Don pablo, es «Para nacer he nacido» Y me encanta que su edición es hecha por Matilde Urrutia y nuestro recordado Miguel Otero Silva, gran amigo de Neruda.
Recientemente, fue publicado un libro corto, pero que nos aproxima mucho a la vida del poeta, y es el escrito por el chileno Antonio Skármeta, que lo recomiendo tambien. Vito, te agradezco muchísimo tus comentarios en mi sección, que me animan, y me reafirman la visión que llevo de tí, de hombre inteligente, sensible y completo. REcibe de tu amiga , toda la admiración y el cariño, que en mi has sembrado en el transcurso de nuestra amistad.
Raquel .