Algunas distorsiones de la antinomia juventud-vejez

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“El problema de la juventud es que ya no pertenecemos a ella” Salvador Dalí
“La vejez no es más que una variada acumulación de juventudes” Rolando Hernandez Pérez 

El culto a la condición de ser joven, vendido como un valor de esta sociedad contemporánea occidental, es evidente y creciente.

De allí la proliferación de ofertas de esa gran industria de la estética corporal en donde los médicos dermatólogos tenemos participación; producto de una larga formación y profundo conocimiento de la biología de uno de los órganos más comprometidos en este proceso: la piel, prometiendo la recuperación de las condiciones propias de la juventud y la permanencia de éstas por un tiempo mayor.

Estas disciplinas en las que se apoyan estas promesas, basadas en un mejor conocimiento de la fisiología y fisiopatología de la piel y de los procesos de envejecimiento, deben ser aplicadas, en el mejor de los casos, por médicos o por personal especializado bajo la supervisión de éstos.

No obstante, su uso frecuentemente cae en manos de personas no expertas, inspiradas en el deseo de conformar un oficio desde estas prácticas, y en el peor de los casos de lucrar indebidamente, lo cual, como es lógico, no conduce a los resultados deseados, tal como ocurrió con aquel político y periodista venezolano de la cuarta, quinta y tal vez hasta de la sesta república, cuya expresión facial plastificada, es un vivo ejemplo de estos accidentes.

Rechazo al hombre viejo

En el continente americano es frecuente la subvaloración al hombre viejo, como también es característico el culto a la juventud. Dos instancias que estructuran la vida suelen en estos tiempos estar enfrentadas. El hombre mayor – el abuelo – poseedor de la experiencia y la sabiduría, el hombre apto para la orientación pedagógica familiar, estorba en los hogares contemporáneos. ¿De qué fuente surgirá entonces la tradición familiar como valor formativo para las nuevas generaciones?, ¿acaso será la televisión, el cine, las redes sociales o simplemente el Internet el ductor o conductor de estas nueva generaciones en esta era de las cybercomunicaciones? ¿Probablemente estaríamos viendo el nacimiento de un hombre nuevo con otros valores?

Normalmente se entiende a la vejez –cuando se llega a ella, y después de haber transitado con sensatez la vida– como aquella fase de la existencia humana donde ya se ha decantado el juicio y la condición humana ha madurado hacia la plenitud. Esta acumulación de valores que se alcanza en esta etapa, no será nunca un atributo de la juventud.

Visto este planteamiento podemos admitir junto con la sabiduría popular que cada época en la vida del hombre tiene su esplendor: por un lado la vitalidad impetuosa de la juventud pero generalmente carente de la experiencia debida y por el otro, la fuerza del hombre viejo expresada en su sabiduría y no en su vitalidad.

El aumento de los asilos para ancianos es proporcional al de los gimnasios, clínicas de estéticas, spa y productos para devolver, retener o recuperar la juventud.

Este desmesurado culto a ser joven y a rechazar el envejecimiento adquiere dimensiones de una problemática de salud pública; justamente la falta de madurez –asociada al envejecimiento- dispara a centenares de personas jóvenes a someterse a esclavizantes métodos para exaltar el físico, poniendo en riesgo su propia salud y de hecho su aspecto y carácter juvenil, convirtiendo la jovialidad en neurosis.

Por su parte, es tal la influencia de este fenómeno propio de la psicología social contemporánea y son tantas las distorsiones derivadas de la antinomia juventud-vejez que, el hombre viejo también ha sido atraído hacia ese gran mito de creer que mediante la medicina estética, como recurso o medio para obtener una apariencia de joven, logrará alcanzar asimismo una conciencia de joven y con ello cierto sentido de felicidad.

Hoy día los médicos dermatólogos en su consulta diaria atendemos frecuentemente pacientes que desean recuperar esa juventud exterior perdida, siendo la piel el órgano más grande o extenso del organismo –disculpen los inmunólogos, pues ellos dicen que es el sistema inmunológico- tenemos literalmente una lectura a través de de las arrugas, lentigos, perdida de la textura y color de la piel, etc. de ese fenómeno que es consecuencia de condiciones internas y externas del hombre.

Por otra parte los muy jóvenes y no tan jóvenes también buscan en el médico dermatólogo ayuda para esconder o eliminar los defectos dados por la naturaleza.

El dermatólogo debe tener un equilibrio casi perfecto para reconocer y ponderar la armonía a través del orden anatómico, de la simetría y hasta de la precisión del rostro y del cuerpo como un todo, además, muchas veces cuando no se puede conseguir esa armonía, debemos ser suficientemente sincero para persuadir elocuentemente y de esta manera intentar convencer a nuestro paciente y devolverle la tranquilidad y beneplácito al paciente y hasta su entorno social, el cual muchas veces es el responsable de una buena parte de ese sufrimiento y consternación.

Rolando Hernández Pérez

 

Acerca de Rolando Hernández Pérez

Maestro de la Dermatología Ibero-Latinoamericana. Ex-Jefe Servicio de Dermatología del Hospital General "Dr. Luis Razetti", Barinas - Venezuela. Profesor de Medicina , Universidad de los Andes. Director Médico del GCCNSP - Barinas - Venezuela. Fundador y Co-editor de Pél-L Latinoameriicana (1998). Ex-Presidente de la Sociedad Venezolana de Dermatología

2 comentarios

  1. Maria Bibiana Leroux

    Excelente editorial, Rolando! Estoy en un todo de acuerdo con sus palabras. Parece que la sociedad occidental, esta cambiando sus valores. La sabiduría y la experiencia de vida se minimizan mientras que unas cuantos lentigos solares asociados a elastosis en un rostro parecen determinar que el portador/a ya no pertenece al selecto grupo de los jóvenes. – aquellos que tienen la vida y la energía suficiente, por delante para poder disfrutarla- Lo cual lleva a esta persona a sentirse mal consigo misma.
    Saludos
    Bibiana

  2. Karina Alvarenga

    Cada vez mas maravillosos los editorales de los maestros. Lo felicito Dr. Hernández Pérez. Me encanto su editorial. Un saludo fraterno desde Honduras

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