Podemos pensar que sanar y curar son sinónimos, sin embargo no pueden ser más diferentes.
A lo largo de más de cuarenta años de práctica como médico en hospitales y clínicas privadas he visto que puede haber sanación sin curación, así como puede haber curación sin sanación. Hay pacientes con cáncer que han sanado antes de morir, y su sanación no ha impedido su muerte, y hay pacientes que han curado de la enfermedad que les trajo al hospital, pero no han sanado: se van con sus preocupaciones, temores e intranquilidad.
La sanación es un proceso que va mucho más allá de la curación. Sanar implica la aceptación de lo que es, pero esta aceptación no es, por una parte, una resignación derrotista del paciente por la insuficiencia del recurso clínico frente a la enfermedad, sino una percepción menos traumatizada que el paciente se va haciendo de su patología. Esta nueva percepción, poco a poco, podría llevar al paciente a coexistir de forma “pacífica” con la enfermedad, es decir, aceptarla sin que ello incremente desajustes emocionales sino, por el contrario, una posible disminución del estrés propio en muchas patologías.
Como es evidente que uno de los primeros resultados visibles en el paciente, al aceptar la enfermedad, sea la disminución de los niveles de estrés y la posibilidad de mantener un estado de tranquilidad por períodos más prolongados, he procurado durante muchos años de mi ejercicio optar, o mejor aún, privilegiar el enfoque de Sanación; claro está, en los casos en que se amerita esta disyuntiva.
Podemos perder una pierna y sanar, a pesar de que la pierna no se haya recuperado, y nuestro cuerpo esté impactado por la pérdida y la dificultad para movilizarnos. No obstante, la aceptación del episodio aminorará sustancialmente el trauma que supone el desmembramiento. Y también, podemos pasar por el hospital e irnos de alta a casa, con nuestra enfermedad curada, pero sin haber sanado.
La diferencia entre la sanación y la curación está en uno mismo, en lo que uno aprende acerca del proceso de la enfermedad y cómo lo integra a su vida. La diferencia está en la aceptación. La sanación está en la mente. Se puede decir que se trata de un nuevo estado de conciencia que experimentará el paciente frente a la enfermedad; estado de conciencia que, en la mayoría de los casos, le permite, por una parte como ya lo hemos dicho, superar el inevitable proceso traumático que acarrea toda enfermedad y, por la otra parte, hacer cambios favorables en sus hábitos y estilos de vida.
A partir de la aceptación que asume el paciente frente a la enfermedad, generalmente se produce una inversión en la existencia del paciente: la patología deja de ser el epicentro de su vida, mientras que el mero hecho de tener y experimentar la vida se convierte en su máximo valor. Lo que es igual a decir: “asumo la Vida como el Valor esencial de mi existencia”. A grandes rasgos en qué consiste esto: en la afirmación de ella misma, la Vida, por encima y pese a las dificultades que pudieran acaecer; independientemente de lo que el cuerpo está o no está haciendo, y de lo que sucederá.
En mi práctica como médico dermatólogo siempre trato de explicarle al paciente su padecimiento, sus posibles causas, los modo de presentación, las complicaciones y formas de tratarlas. Esto es para mí, uno de los recursos que me ayudan a inducir en el paciente la aceptación de la enfermedad: entender perfectamente la historia natural de la enfermedad y los diferentes métodos para abordarla y manejarla y algunas veces curarla con fármacos o procedimientos. Si no influimos, ¡oígase bién! en su pensamiento o conducta, es decir en su mente, en el modo como debería percibir la enfermedad, estaríamos haciendo una intervención incompleta, probablemente no estaríamos sanando.
Aunque resulte un lugar común repetirlo, y aunque suene a redundancia por aquello de subrayar lo obvio, confieso que siempre mantengo como convicción —al extremo de haberlo hecho un principio— en mi diaria práctica médica inducir consciente o inconscientemente al paciente a que despliegue sus mecanismos innatos para la sanación, sea cual fuere su patología.
Podemos curar y no sanar y viceversa; pero la dosificación equilibrada de esta práctica, seguro estoy, nos proporcionará una gran satisfacción tanto para el quebrantado paciente que sufre un dolor físico, mental y moral, así como para el médico o sanador. La satisfacción es aún mayor cuando, además, logramos cambiar hacia prácticas y estilos saludables la vida del paciente.
Ahora bien, esa capacidad de sanar está presente en cada médico, al menos en estado potencial. Por tanto, debería ser algo pendiente de desarrollar y manejar como los aspectos propios de su especialización. No hay que olvidar que cuando hablamos de esta condición sanadora, también estamos hablando de cierto poder que poco a poco se va adquiriendo, de una capacidad persuasiva que a lo largo de la práctica el médico va desarrollando. Y en este caso es muy importante que desde la primera consulta, —que en rigor es el comienzo del tratamiento— se aborde al paciente desde esta perspectiva.
En todo caso donde haya necesidad — por supuesto, a fin de favorecer al enfermo y no al desarrollo de la patología— de que éste acepte convivir con la enfermedad de forma “pacífica”, deberíamos emplear el enfoque de sanación como el elemento unificador del tratamiento.
Es esa capacidad de poder sanar y no tanto curar, la condición por la que el médico ha sido apreciado en el inconsciente colectivo de todas las sociedades y a lo largo de la historia, como un ser dotado con poderes especiales.
Rolando Hernández Pérez
Imagen:
El niño enfermo
Autor: Pedro Lira, Chile, (1845-1912)
Excelente escrito! Gracias Dr Rolando!
EEditorial ….. muy lindo para pensar y proceder adecuadamente …..!!!!
Excelente análisis Dr. Rolando, la clave es aceptar en la medida de lo justo, pero eso es lo difícil. La pintura escogida para ilustrar es espectacular. Felicidades y gracias por su editorial.
Considero excelente su capacidad de reflexión e integración, en cuanto al abordaje y tratamiento del paciente. Su amplia visión de ofrecer la mejor ayuda profesional. Sigue usted caracterizándose en la inclusión de los aspectos psicológicos, para mejorar la calidad de vida en las personas.
excelente escrito,de verdad,hay q hacer notar esas diferencias a nuestros pacientes,muy buena EDITORIAL ,SALUDOS
Hola doctor Hernandez.
En estos días escuche una entrevista al doctor Mario Puig, donde mencionó la diferencia entre sanar y curar. Eso me llamó la atención y hoy decidí leer un poco más sobre el tema y buscando en la web me conseguí con su escrito.
Es interesante como usted lo explica de forma muy sencilla. Realmente necesitamos sanar mucho para poder curarnos.
Hay un relato en la Biblia que habla de una mujer pecadora que derrama aceite perfumado sobre Jesús, al hacerlo llora profundamente y con su cabello seca las lágrimas que caen en los pies de Jesús.
Jesús enternecido le dice : Tus pecados han sido perdonados. Al escucharlo algunas personas dicen: ¿quién es este hombre que perdona pecados?
Jesús, ahora dice: tu fe te ha sanado.
Esto me enseña que la verdadera sanación como lo dijo usted es cuando dejamos preocupaciones y temores. No puede haber sanación sin fe.
Gracias ? y que Jehová lo bendiga.