La Angustia

Rolando Hernández Pérez

Angel Muñoz, 2022

 

“Jueves 10.45 AM, consultorio médico dermatológico”

“Doctor, créamelo, nadie sufriría intensamente —oígase bien, intensamente— por problemas imaginarios; o por problemas que pueden o no pueden ocurrir; ni nadie doctor, padecería con Intenso dolor por imaginarse un peligro o una amenaza. Ahora bien doctor, ese sufrimiento del cual yo le hablo, es tan intenso, profundo y de tanta fuerza que lo deja a uno sin vigor.

Estos momentos de sufrimiento intenso, a los que llamo angustia, han tenido una causa no imaginaria y los he vivido –con alguna frecuencia– en los últimos doce años de mi vida; pero lo que más me inquieta es la intensidad del dolor que me causan. Hasta ahora no he tenido ideación suicida, pero es tan fuerte ese sufrimiento que temo si terminaré buscándole “esa solución…”.

Le pongo un ejemplo de lo aplastante que es la angustia en mí: Doctor, si el sentimiento de los ucranianos fuera de angustia como la que yo vivo ya el esbirro de Putin se hubiese apropiado de ese país. En otras palabras, doctor, cuando la angustia no quita las fuerza, paraliza.

Quien así se expresa es un paciente de sesenta años de edad, con claros y antiguos antecedentes de Psoriasis con el 35% de su piel comprometida e insipiente artritis psoriatica con dos años de evolución; economista de profesión, investigador de temas fiscales y gran aficionado al cine y a la lectura de cualquier género literario.

Déjeme explicarle, doctor: pongamos por caso que mañana seré ejecutado a las seis de la mañana, es decir, dentro de doce horas, yo le aseguro que el estado de tensión no es tan grande como si de un momento a otro me dieran una noticia terrible, irremediable.

Me explico, con la sentencia a muerte dentro de doce horas puedo crear una distancia frente a mi muerte; una distancia que se puede convertir en angustia y desesperación lo cual es terrible pero,  una vez que tomo conciencia de lo inevitable de mi muerte de que voy a ser ejecutado, mi sufrimiento, seguramente amainará; además, doctor, por mucho apego que le pueda tener a mi vida sé que lo terrible –mi muerte—aparecerá pero no ahora; incluso, tengo la opción del pensamiento espiritual que me habla de otra vida; podría entonces crear sentimientos y pensamientos evasivos e incluso de adaptación.

Bueno, así es como yo lo pienso; a lo mejor no le tengo tanto apego a la vida y en esas doce horas me acostumbraría a esa fatalidad evadiéndome de alguna manera. Pero, la angustia es otra cosa, doctor; es un infierno en cámara lenta; es una emoción aplastante que cubre la mente, el cuerpo y el alma.

Es la segunda vez que este paciente llega a mi consultorio. Me toma de sorpresa su reflexión, aunque sí estoy consciente de que en la primera consulta refirió el tema de la diferencia entre la ansiedad y la angustia. Lo escucho con detenida atención y empiezo a recordar su interés por el tema de la ansiedad por una parte y de la angustia por la otra; de hecho, en esa primera consulta me dijo que le dedicaría tiempo a pensar sobre esos dos temas para retomarlos en su segunda consulta.

Otra cosa doctor, más que tristeza, miedo o sentimiento de pérdida uno lo que siente con la angustia es una especie de asfixia, una asfixia mecánica y a la vez mental y espiritual en la existencia; porque como usted bien sabe, la palabra «angustia» viene de angosto es como si
además de no poder remediar el problema que está ocurriendo, ningún esfuerzo que se haga por salir de él tiene cabida; uno está en un foso sin energías para salir de él; el único vigor que queda sirve para contemplar –con la angustia más grande del mundo– cómo se va reduciendo toda posibilidad de solución.

Me llamó la atención la gestualidad un tanto rígida del paciente. En la medida en que recordaba sus recurrentes episodios iba bajando la voz, arrugaba el entrecejo, reducía el parpadeo; después, inmovilizó los antebrazos exhibiendo una expresión notablemente rígida en todo el cuerpo. A pesar de su semirobusta contextura y de los 25 grados centígrados del ambiente, no vi ningún tipo de sudoración ni tampoco resequedad en los labios. Lo que sí resultaba palpable era una creciente y visible tensión en su rostro. No obstante, cuando le pregunté si acaso sentía el comienzo de un cuadro de angustia, me lo negó; tampoco yo pude detectar que este paciente estuviese haciendo un episodio de angustia.

Este profesional de la economía recientemente fue despedido del trabajo por razones políticas; en dos oportunidades durante esta segunda consulta me ha confesado su inquietud por investigar la etiología y el carácter invasivo y severo con el que frecuentemente la angustia se manifiesta en él.

Afirma que la angustia es la neurosis que más agota, por tanto, dice, la que agrede con mayor letalidad la salud. Afirma que es un error confundirla con la ansiedad; nadie va a llegar a los niveles de tormento, de sentirse en zozobra por una causa difusa, evanescente, imprecisa como así ocurre con la ansiedad. La “an sie dad”, dice enfatizando las tres sílabas, es un uñero al lado de la angustia; es un simple resfriado en comparación con una neumonía avanzada tratada en una UCI.

Al final de la consulta me pidió unos minutos más de los treinta y dos que hasta ese momento habían transcurrido; sacó de un bolso color sepia –según él, originario de la Goajira– un libro con el título «El concepto de la angustia» de Soren Kierkegaard, filósofo danés de enfoque existencialista cristiano cuyo único mensaje que quedó grabado en mi memoria –hace cuarenta años—después de un esfuerzo inútil que hice por leerlo completo fue la siguiente idea: “…cuando se rompe la conexión con Dios, se crea un abismo entre el hombre y la Divinidad, entonces surge la angustia.”

Contrariamente a la narración del paciente, nosotros los médicos, consideramos ansiedad o la angustia, como sinónimos, es un estado emocional normal y cotidiano en la vida de todos nosotros. Se caracteriza por una sensación de inquietud, desasosiego, como una tempestad, aflicción o zozobra del ánimo y se expresa en lo somático , por una serie molestias de variadas características e intensidad, entre las cuales las más comunes son: el aumento de la frecuencia cardíaca , sudoración, tensión muscular, elevación de la profundidad y frecuencia de los movimientos respiratorios y la impresión de tener “un nudo en la garganta o una “opresión en el estómago”. Se origina por amenazas reales o imaginarias, físicas o psicológicas, que nos toque vivir , así como de factores de orden biológico (temperamento). La intensidad de este fenómeno normal va a depender de la importancia que le atribuyamos dichas amenazas.

Sin embargo, en ocasiones, este estado se va a presentar de forma patológica, es decir de manera inexplicable o desproporcionada, sin causa aparente, produciendo incapacidad y sufrimiento por su intensidad y duración. Clínicamente la observaremos como un grupo de síntomas acompañantes, entre otros, de diferentes enfermedades quirúrgicas y médicas, como es en este caso de la psoriasis y principalmente de las enfermedades psiquiátricas y como expresión fundamental de los llamados trastornos de ansiedad , sobre todos la llamada clásicamente neurosis de angustia.

Consideramos, como siempre lo hemos comentados, en nuestras escritos sobre los temas de las Psicodermatosis, ampliamente expuestos en varias editoriales en nuestra revista de Piel-L Latinoamericana y en el módulo de Psicodermatosis que coordina la Dra. Rosario Guevara la importancia para el médico dermatólogo conocer ampliamente y manejar con destreza tanto farmacológicamente como psicológicamente este tema, que es más frecuente de lo que creemos.

 

Acerca de Rolando Hernández Pérez

Maestro de la Dermatología Ibero-Latinoamericana. Ex-Jefe Servicio de Dermatología del Hospital General "Dr. Luis Razetti", Barinas - Venezuela. Profesor de Medicina , Universidad de los Andes. Director Médico del GCCNSP - Barinas - Venezuela. Fundador y Co-editor de Pél-L Latinoameriicana (1998). Ex-Presidente de la Sociedad Venezolana de Dermatología

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